Como niño en dulcería. Así es como te sientes al entrar al mundo de los autos miniatura de Carlos García, quien se ha encargado de convertir su pasión en un auténtico e impresionante  tesoro, resguardado por el Museo del Automóvil a Escala (MAE).

La colección del MAE se compone por más de seis mil piezas seleccionadas de un “tesoro automotriz”, que originalmente consta de 11 mil cochesitos, la gran mayoría de ellos armados y 
decorados por Carlos, quien invirtió pegamento, pintura y mucha paciencia durante más de 40 años para colocar cada una de las 100 piezas que en promedio se utilizan para darle vida a uno de estos autos a escala.

La colección original permaneció resguardada en la colonia Narvarte, en un edificio de tres pisos en el que cada pasillo, habitación y oficina, tiene las paredes cubiertas con vitrinas de cristal, mismas que protegen los miles de cochesitos  que nos llevan a un auténtico viaje por el tiempo.

Es difícil caminar entre tantas pequeñas joyas sin distraerse. Autos de carreras, clásicos y modernos; también hay los de uso particular, transporte público, comercial o militar. Son  autos a escala respaldados por un gran valor sentimental que le da la dedicación y cuidado con el que fueron armados pero lo más importante; la historia que acompaña al modelo de tamaño real.

La joya de la familia. Como en toda colección debe haber una pieza más importante y en ésta, es un pequeño Duesenberg 1934, un cochesito que, además de representar uno de los capítulos más glamorosos en la historia de los autos americanos, fue el que marcó el inicio de una pasión por el modelismo de coches a escala, al ser el primero en ser armado por Carlos en 1965, un “regalo de Los Reyes Magos”, dice él.

El Duesenberg de tamaño real  fue fabricado por la empresa de los hermanos Fred y August Duesenberg, que operó entre 1913 y 1937. Fue  un auto que se distinguía por combinar el prestigio, lujo y la elegancia de un Rolls-Royce, con las prestaciones deportivas de un Bugatti, al grado de plasmar su nombre en los libros de rócords de velocidad en 1920, en Daytona, al llegar hasta los 251 km/h.

Pero no solo eso, fue un auto usado por la élite social de esa época, también era el vehículo preferido por los gangsters y  estrellas en el elenco de las películas de Hollywood.

Saltos en la historia. Con cada paso en ese lugar se puede ir de una década a otra, pieza por pieza incitando a los recuerdos, no importa si se es muy joven o viejo, estos llegan dibujados por historias en los libros, películas o las platicas de las personas que lo vieron.

En mi caso, al ver un pequeño Porsche 917 con el que Pedro Rodríguez ganó el Campeonato Mundial de Resistencia en 1970 y 1971, me llegan  las anécdotas que vivió y cuenta con entusiasmo el decano del periodismo automotriz deportivo, Rodolfo Sánchez Noya.

Otras piezas importantes para Carlos son un Chevrolet 1950,  modelo que fue  el primer auto que compró su papá. Otro es un Ferarri Testarossa que le dio su primer premio como modelista; también está un Ford Victoria 1956 con el que realizó una revista en  1990. Además de un Jaguar XJ12 y un un Javelin AMC 1972 de Mark Donohue, al que conoció en una carrera en México.

Así es como una pasión por los autos forma un tesoro con un valor histórico y sentimental invaluable y que ahora se traduce en  el MAE.

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