L a República Federal Alemana (RFA) celebra sus séptimas elecciones al Parlamento Federal desde la reunificación, en 1990. Si las encuestas no fallan, que parece que no lo harán en esta ocasión (otro ejemplo de la confiabilidad teutona), Angela Merkel seguirá ocupando el edificio de la cancillería a orillas del río Spree. Esto, muy a pesar del optimismo inicial y tal vez efímero que desencadenó el nombramiento de Martin Schulz como candidato socialdemócrata.

Se podría decir que los temas relevantes para el nuevo periodo de gobierno de la canciller resultarán ser la migración y el terrorismo. Sin embargo, estos dos fenómenos no son exclusivamente alemanes, ni siquiera europeos, aunque es innegable que tienen un papel fundamental en la conformación de las políticas públicas.

Justamente en el sentido de la agenda de gobierno, si bien la victoria de la Unión Cristianodemócrata (CDU) es segura, las tendencias indican necesariamente un gobierno de coalición, que aunque todavía no está claro que símbolo adoptará: orientado hacia la derecha si es con los liberales, estabilizador si es con los socialdemócratas; lo que sí parece ser claro es que enfrentará una tercera fuerza en el Bundestag que fungirá como oposición real: Alternativa por Alemania (AfD). Este partido de extrema derecha representa un antiestablishment inédito en la política germana, particularmente cuestionando las políticas respecto a los refugiados y su integración en la sociedad, así como al encaje de Berlín en el proceso de integración europeo.

Este carácter de estar fuera de las opciones tradicionales de AfD es el que ha hecho que en las elecciones de este domingo en los 16 Länders (estados federados) el tema de la identidad y el sentimiento patriota sea una de las cuestiones a dilucidar a través de los votos, aunque el análisis de la pertenencia y la integración sea mucho más complejo.

Como uno de los Estados-nación europeos de formación tardía (en el siglo XIX) y sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, el debate sobre lo que se entendía por ser alemán —no sólo jurídica, sino culturalmente en particular— había quedado relativamente en segundo plano, no porque estuviera resuelto, sino porque las consecuencias históricas del mismo se encontraban todavía muy presentes. Pareciera que hubo una transición rápida desde el debate de la identidad alemana a partir de la dicotomía este-oeste (consecuencia de la Guerra Fría) hacia la multiculturalidad como esencia misma de esta identidad, aunque no reconocida como tal a pesar de 22% de la población de y con origen extranjero en 2016.

Otro de los puntos de una futura agenda de gobierno se centra en dar respuesta de largo alcance a las crisis económicas y financieras que se han tenido a partir de 2008 y particularmente en Europa con la crisis del euro en 2012.

Alemania ha sido uno de los países europeos que como resultado de estas crisis acumula un superávit fiscal (1.1% del PIB durante el primer semestre de este año). Y sin embargo ha existido una falta de inversión pública desarrollada no sólo en los tres periodos anteriores de Merkel, sino desde la agenda 2010 que el ex canciller Gerhard Schröder puso en marcha en 2003.

Unas reformas estructurales llevadas a cabo por la presión de las políticas neoliberales del sistema financiero-económico internacional cuyo objetivo principal ha sido desmantelar el llamado Estado de bienestar (políticas públicas de equilibrio y compensación en un ambiente de libre mercado) pero cuyos resultados a largo plazo han sido el aumento de la desigualdad social y del riesgo de exclusión social: 20% de la población hace dos años, de acuerdo a la Oficina Europea de Estadísticas (EUROSTAT). Dato ilustrativo del incremento de la brecha entre ricos y pobres documentada a nivel internacional.

En último lugar, tanto la CDU como el SPD han anclado históricamente en sus programas electorales propuestas para Europa. Aunque Merkel ha mostrado sintonía con el presidente Emanuel Macron y reconoce a Francia como el principal socio, existen diferencias respecto a cómo apuntalar la política económica europea. Diferencias que han estado presentes desde el proceso de creación de la moneda única en 1991-1993. A nivel regional, no se puede entender el proceso de integración sin el papel de la RFA, tanto económico como político. En este sentido, pareciera que el mayor reto de un nuevo periodo gubernamental de Merkel se centra en encauzar el pragmatismo teutón para fortalecer la presencia europea a nivel global.

Con la canciller liderando, Alemania ha reconocido que frente a la (in)seguridad mundial las respuestas a fenómenos como el terrorismo, la desestabilización regional y el proteccionismo comercial pasan por el compromiso con los valores democráticos como lo han reflejado los contrapesos que la mujer más poderosa de Europa ha marcado frente a personajes como el estadounidense Donald Trump, el ruso Vladimir Putin y el turco Recep Tayyip Erdogan. Sin embargo, este compromiso ha dado un impulso importante a la derecha nacionalista que reivindica una Alemania alemana frente a la Alemania europea e internacional que ha ido construyendo Merkel desde hace 12 años.

Internacionalista y especialista en Integración Europea
agarciag@comunidad.unam.mx
***En la foto: Propaganda de Alternativa para Alemania (AfD), en la que aparecen los principales candidatos Alexander Gauland y Alice Weidel, fue vandalizada. (JOHN MACDOUGA. AFP)

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