En un nuevo libro, Devil’s Bargain, el periodista Joshua Green cuenta cómo tres asesores de Donald Trump, en el verano de 2014, inventaron la idea del muro como una herramienta para que Trump, entonces precandidato republicano a la presidencia, hablara regularmente de migración en sus discursos políticos. La primera vez que Trump usó la idea, prometiendo construir un muro en la frontera con México, en un mitin en Iowa, los asistentes la aplaudieron ampliamente.

Trump no inventó la idea de un muro, pero la ha usado con gran efecto e impacto y sigue siendo uno de los temas mas populares de sus discursos entre su base política.

Dado que hay tan poca migración indocumentada entre México y EU hoy, y que las drogas cruzan, en su gran mayoría, por las garitas de entrada, escondidas entre las mercancías legítimas en camiones y en compartimentos secretos en carros, habría que preguntar porque la idea del muro ha tenido tanto éxito para un sector minoritario, pero importante, de la población estadounidense.

Resulta que el muro sirve como un instrumento simbólico muy potente —algo visible y concreto— para hacer frente a cuatro problemas que aquejan a este sector de la población de EU.

Primero, si bien ha habido poca migración indocumentada de México desde hace mas de una década, sí se dio una redistribución de los inmigrantes en EU durante los últimos años, con muchos yendo a vivir a ciudades medianas y chicas fuera de las zonas metropolitanas principales. Algunos llegaron directamente a estas ciudades medias, pero algunos se mudaron de las zonas metropolitanas a estas poblaciones, que habían sido completamente blancas, cambiando su composición demográfica en un espacio de tiempo muy corto.

Pero al mismo tiempo, muchas de estas comunidades también vivieron cambios bruscos en su base económica, con algunas plantas industriales mudándose a México, Centroamérica o Asia, otras cerrando y muchas mas automatizando trabajos que antes se hacían con trabajadores de bajo nivel educativo. Los estudios nos dicen que la mayor causa de desplazamiento fue la automatización de procesos, pero es difícil enojarse con robots, y el comercio sí juega una parte también en los desplazamientos.

En tercer lugar, una epidemia de heroína y opioides se extendió por todo el país, pero pegó principalmente entre blancos que viven en zonas menos urbanas, el mismo grupo que sigue a Trump. Según datos oficiales, tres por ciento de los blancos estaban usando heroína en el periodo 2011-2013 y hay razones para creer que ha aumento significativamente desde entonces.

Finalmente, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 cambiaron para siempre el sentido de vulnerabilidad de los estadounidenses y pusieron acento en el temor hacia el mundo externo.

Si bien el muro no soluciona ninguno de estos problemas, es muy fácil trazar una línea entre estos cuatro temas y sugerir que México tiene que ver con todos y que un muro que nos separa sería útil para mantener afuera a estos peligros.

En realidad las soluciones a todos estos problemas son complejas y radican en cambios que tienen que darse dentro de EU, desde ver cómo crear ciudades incluyentes de la diversidad, cómo generar nuevas oportunidades de empleo para los que tienen poca educación, cómo hacer frente a la drogadicción y como seguir usando la inteligencia para que no entren terroristas desde afuera. Salvo el último, que ya ha sido efectivo, apenas se empieza a hacer frente a los otros tres retos. Culpar a México no ayuda y, de hecho, sirve para eximir a EU de la responsabilidad sobre sus problemas. Pero es, sin duda, una forma de satisfacer la angustia y enojo de un sector de la población estadounidense aquejada por estos cambios, que amenazan su forma tradicional de vivir.

Presidente del Instituto de Políticas
Migratorias del Centro Woodrow Wison

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