Era la última oportunidad para México. Debía ganarle a , la revelación europea en los 70.

Si los guindas se imponían, clasificaban por primera vez en una Copa del Mundo; si no, otro fracaso se sumaría a la historia del futbol mexicano, pero mucho más doloroso, porque sería en casa.

La Selección saltaba con sus mejores armas: Calderón; Peña, Guzmán, Pérez, Vantolrá, Pulido, Munguía, Fragoso, Valdivia, González y Padilla. Tenía que ganar.

El juego inició y los mexicanos se fueron al frente. El portero de los belgas, Christian Piot, detuvo un trallazo que salió de las piernas de Javier Valdivia. El juego era de lucha, de pocas llegadas.

El árbitro argentino Norberto Coerezza marcó penalti, por falta del capitán belga, Paul van Himst, sobre José Luis la Calaca González. Después de minutos de reclamos, el balón llegó a las manos del capitán mexicano, Gustavo Peña.

“Yo era el cobrador oficial, pero dentro de mí dije: ‘¿No habrá otro’? Tenía muchos nervios”, declaró, en innumerable entrevistas.

 

El Halcón

comenzó a avanzar, “y la gente se comenzó a callar. Yo dije ¿‘Pos qué les pasó?’... Pero se puso todo silencioso”.

El portero belga comenzó su juego: “Se sabía mi nombre el güey, me gritaba ‘Pena, Pena,’ y me ponía todavía más nervioso...”.

Pocos pasos de distancia, vista fija en la portería. El árbitro pitó, Peña se perfiló, de derecha, al poste izquierdo... ¡Gol! El Azteca estalló. “Si lo fallo no estaría aquí, estaría escondido en otro país, ¡Me matan!”, recordó el exdefensa central.

México derrotó a Bélgica y llegó a cinco puntos. En ese tiempo, los triunfos valían sólo dos unidades. Por diferencia de goles, a favor de la URSS, la Selección quedó en el segundo sitio del grupo y tuvo que irse a jugar los cuartos de final a Toluca, en contra de Italia, pero esa ya es otra historia.

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