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La colonia Fomerrey 14 es una de las más humildes en Monterrey. Ahí sólo se conocen las palabras miseria y desesperación, pero también trabajo y esperanza, de las que se colgó Gabriela Herrera para salir adelante.
Gaby nació hace 28 años en esa colonia, a los 8 ya trabajaba en las calles, a los 14, su papá la abandonó y a los 15 se quedó completamente sola.
La hoy portera del León es una muestra viviente de que el destino lo forja uno mismo y los sueños se convierten en realidad.
“Éramos una familia llena de cosas raras, humilde, con un padre machista, cerrado... Para él, sólo existía una palabra: trabajo y ya”, recuerda.
La convivencia era muy complicada. La ignorancia, los vicios, la pobreza son malas consejeras: “Mi papá era difícil de tratar. Mi hermana, a los 14 años, se embarazó y se fue de la casa; mi hermano —a los 16 también— se escapó y, cuando yo iba a cumplir 14, mi papá se fue, le dijo a mi mamá que nos podíamos mantener solas y se fue, nos dejó”.
En esos años de pobreza, el balón era un remanso de paz: “Siempre me gustó el futbol y, en los pocos tiempos libres que teníamos, me iba a jugar a la placita. Cuando tenía 13 años, me inscribí en un equipo, pero mi papá se enteró, fue al campo y me sacó a rastras de la cancha”.
Y no todo quedó ahí: “Mi mamá sufrió mucho con el abandono de mi papá, era el amor de su vida. Comenzó a irse a visitar a su hermana, primero unos días, después unas semanas, hasta que se fue, me abandonó”.
Fue entonces que encontró el anuncio de un programa llamado “De la calle a la cancha”, de la Fundación Telmex, “y mi vida cambió. No sólo me ayudaron en cuestión de entrenamientos, sino en sacar muchas cosas que no podía decir”.
Hoy juega en el León y cumplió su más grande sueño.