Una vez que la pizarra de llegadas nacionales en el aeropuerto capitalino indicó que el vuelo de las 17:05 horas procedente de Culiacán, Sinaloa , aterrizó, decenas de aficionados quedaron a la espera de ver a su ídolo: Diego Armando Maradona.

No tardó en aparecer entre las puertas de cristal y las cámaras de los teléfonos celulares se postraron sobre él.

Su gente de seguridad se encargó de conducir a un Maradona serio que escondió gran parte de su rostro entre gafas oscuras y una gorra, pero su regordeta figura y su difícil andar lo delataban.

Detrás del técnico de los Dorados, sus pupilos.

A diferencia de su timonel, la plantilla no fue asediada. Gaspar Servio y Jesús Escoboza dedicaron minutos a los medios de comunicación, mientras "el Diego" se acomodaba en la mesa de un lujoso restaurante de la Terminal 2 del aeropuerto.

Había que alimentar el cuerpo antes de arribar al hotel de concentración.

Aunque alejado del bullicio, el cuerpo de seguridad del argentino tuvo que lidiar con algunos comensales que buscaban acercarse. Incluso, hubo quienes desde su mesa no dejaban de ver cada movimiento y gesto del "10".

Pasta en el primer tiempo. Carne y vegetales en el segundo. Porciones moderadas que en 30 minutos fueron devoradas por Maradona y compañía.

Ya sin gafas oscuras, el rostro de Diego Armando lucía adormilado, pero atento con quienes lo fotografiaban desde sus mesas. Curiosamente ni se inmutó cuando sus asistentes tiraron unas charolas y llamaron más la atención del resto de los clientes.

Una vez que el cuerpo técnico y jugadores comenzaron a levantarse de sus lugares para dirigirse al autobús, un nuevo tumulto de reporteros y cámaras de televisión se conglomeraron en la salida para arrancarle al exfutbolista un par de palabras.

Rodeado de sus guardaespaldas y del personal de comunicación social del equipo, Maradona salió. Con paso lento por su dificultad para caminar y arrastrando las palabras, recordó cuando disputó un par de juegos de la Copa del Mundo 1986 en la cancha del Olímpico Universitario.

-¿Qué sientes de volver a Ciudad Universitaria ?-

"Sí (contento), estuve ahí, recuerdo que nos decían mucho que esa cancha era mejor que la del estadio Azteca...", dijo mientras los ánimos de sus guardias se calentaban.

Continuó con una breve expectativa para el juego de esta noche contra los Pumas: "sabemos que jugarán con seriedad esto y van a buscar el pase, igual nosotros, vamos por eso".

De pronto, y con fastidio, el entrenador del Gran Pez se negó a seguir respondiendo y fue cuando los manotazos y empujones fueron repartidos por los acompañantes del astro albiceleste.

En esa procesión, los aficionados insistieron hasta la puerta del autobús, algunos suplicaron a que D10S los viera. Unos levantaron fotografías de Maradona en el Mundial 1986 y otros sus playeras de la selección argentina.

Pero las súplicas fueron inútiles. El Pelusa se volvió a encerrar en sí mismo y a escapar del precio de la fama.

Al arribar al Hotel Royal, ubicado al sur de la Ciudad de México cerca del Olímpico Universitario, ningún tumulto lo acechaba.

Gozó de tranquilidad.

El protocolo de cada viaje se aplicó, para no ser molestado.

En su piso, en los cuartos continuos, sus guardaespaldas quedaron atentos porque Maradona se encierra en su habitación, sin teléfono a la mano. Todo pasa por su asistente.

Ni el resto del equipo sabe qué pasa con Maradona y su tiempo a solas o qué pide para la cena en el servicio a la habitación. No vieron al mítico argentino hasta la mañana para el desayuno.

Fuentes cercanas al equipo señalaron a EL UNIVERSAL Deportes que esperan un día sin ajetreos y que posiblemente baje Diego al área común para reunirse con algún famoso o conocido -no lo saben, pero casi siempre pasa- y charlar por unos minutos.

Después de eso no volverán a ver a Maradona hasta la comida y después en el estadio para el compromiso ante los Pumas. Es poco probable que viaje con el equipo, ya que siempre lo hace aparte, en una camioneta polarizada.

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