Hugo Carrillo recorrió al volante 575 kilómetros desde Matamoros, Tamaulipas, a esta ciudad texana para cumplir con el regalo prometido…

El trayecto incluyó una espera de casi dos horas en el Cruce Internacional de Laredo, que les provocó la sensación de que el tiempo pasaba con gotero por la revisión de la policía migratoria y por la impaciencia de su hijo Rodrigo, de 10 años de edad, quien viaja en el asiento de copiloto imaginando el ingreso al Minute Maid Park para ver un juego de Serie Mundial.

Los Dodgers por primera vez en 29 años disputan el Clásico de Otoño y en Matamoros primero se regala un out en el campo, que dejar en el aire un compromiso consanguíneo que se vuelve sagrado cuando el rey de los deportes está de por medio.

Hugo, dueño de una empresa de ingeniería sanitaria, desembolsó dos mil 800 dólares (50 mil pesos), por el par de boletos del jardín derecho que adquirió en el mercado secundario, para consumar el sueño de su hijo y el que alguna vez también tuvo de niño, pero no pudo cumplir por carencias económicas.

“Matamoros tiene mucha tradición beisbolera. No existe otro deporte. Desde pequeño anhelaba con estar en una Serie Mundial pero no pude. Ahora me siento contento por cumplir el sueño de mi hijo”, declaró Carrillo.

Sabe que el gasto fue significativo, pero nada que se compare con el pago por la fiesta de XV años de su primogénita de hace unos meses. “Lo importante es que como familia pudimos realizar la sueños de ambos”.

Rodrigo cursa el quinto de primaria. Por suerte para él, fue viernes de junta mensual de maestros y no le contó como inasistencia. El lunes tiene examen, si fuera sobre beisbol tendría 10... seguro. Domina como pocos a su edad la complejidad de Grandes Ligas.

Y no es un aficionado más de sofá, el pequeño tamaulipeco juega beisbol y es de los mejores prospectos de su edad en el Valle, la zona fronteriza del sur de Texas que colinda con Tamaulipas.

Se imagina como pelotero profesional, pero por ahora es feliz en su primer juego de Serie Mundial viendo a los Dodgers y a su ídolo Adrián González, a quien tuvo a escasos metros cuando el Titán atrapó elevados en el mismo jardín donde padre e hijo cumplieron su sueño besibolero.

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