El jueves 4 de abril de 1968, hace 50 años, Martin Luther King Jr. se asomó por última vez al balcón de la habitación 306 del Motel Lorraine. Tal vez buscaba en el cielo la estela del Apolo 6 que despegó esa mañana de Cabo Kennedy en busca del mismo progreso humano que él defendía para los barrenderos de color en la huelga de Memphis.

A las 6:01 pm el disparo certero de James Earl Ray (el acusado lo negó antes de morir) le atravesó la cara y una hora y cuatro minutos después toda una comunidad en busca de sus derechos civiles perdía a su líder espiritual en el hospital St. Joseph.

La autopsia reveló que Dr. King, de 39 años, tenía el corazón en el estado de un hombre de 60. Y debió ser casualidad que la suma de ambas edades fueron los mismos años que le cayeron en prisión a Ray, que ese mismo día, en 1507, fue ordenado sacerdote el reformista Martin Lutero de quien su padre tomó el nombre y que si a 1968 le restas 60 años, el corazón del líder negro habría empezado a latir hipotéticamente en 1908, el año en que Hans Wilsdorf registró la marca Rolex.

Hay un antes y un después en la imagen de Martin Lutero Rey Jr. cuando empezó a aparecer a partir de 1964 siempre con un Rolex Datejust de oro amarillo Ref. 1601 con carátula champaña. Meses antes, bajo la estatua de Lincoln, en Washington, su talla pública se agigantaba al hablar de un “jubiloso” amanecer ante miles de seguidores. Y fue otro líder de los derechos civiles quien le regaló el resplandeciente Rolex de brazalete Jubilee para sustituir su Timex.

Para hablar como el líder moral de una nación había que llevar el mismo reloj que usaba Dwight D. Eisenhower o Lyndon B. Johnson, y en los convulsos 60 el Datejust más que un reloj pretencioso de vestir era un “tool watch” con la misma eficacia en la arena politica que el Explorer de Edmund Hillary en el Everest o el Deep Sea Special de Jacques Piccard en la Fosa Mariana.

El impecable Dr. King, siempre de traje oscuro y corbata, camisa blanca con gemelos, transmitía la dignidad de quien tiene el más elevado de los sueños. El reloj nunca más se ausentó de la muñeca del hombre que dijo que siempre es el momento apropiado para hacer lo que es correcto. Aquella tarde en el Lorraine también estaba en su brazo, como si su dueño supiera que todo en la vida está trazado con la precisión de un cronómetro superlativo.

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