Fue una marcha que parecía no tener fin. A cada paso, desde el Monumento a la Revolución hasta el Zócalo, las participantes mostraron su dolor por ser, ellas o sus amigas, víctimas de un delito y porque las autoridades no hacen nada para protegerlas.

Por un momento, la Línea 2 del Metro de la Ciudad de México se vio rebasada por las usuarias que llegaban desde distintos puntos de la metrópoli; algunas iban solas y otras, acompañadas de sus hijos o sus parejas.

También Paseo de la Reforma, desde el Ángel de la Independencia, fue una de las vías que se paralizó con el fluir de las mujeres que se sumaban a la movilización, y que en cuestión de horas saturaron el Monumento a la Revolución.

“Con falda o pantalón, respétame”, se leía en uno de los letreros. “Si mañana soy la próxima, quiero ser la última”, señalaba otra de las consignas de las inconformes.

Así respondieron a una convocatoria que marcó historia en el país por la cantidad de manifestantes, así como por haber aglutinado a personas de todas las edades y todos los estratos sociales. Lo único común entre ellas y que las unió por más de cinco horas fue la inseguridad con la que viven en México.

Fue una marea dibujada por el violeta, verde y negro de las vestimentas, de los pañuelos a medio rostro, sobre el cuello, o bien, en una de las muñecas. Siempre con el puño en alto, las mujeres gritaron, destruyeron y mostraron a las autoridades una vez más su hartazgo por la violencia de género.

Antes del mediodía, las participantes comenzaron a arribar al Monumento a la Revolución desde distintas partes de la capital. Se mostraron unidas, cruzaban palabras, consignas y carteles, así como pinturas para escribir un lema en el cuerpo de su compañera.

Una marcha histórica que no tenía final
Una marcha histórica que no tenía final

Cerca de las 13:00 horas, los huecos se hacían más estrechos en la explanada del recinto, pues los contingentes abarcaban hasta la Torre del Caballito, se extendían sobre Paseo de la Reforma y Bucareli, justo en la “Esquina de la Información”, a más de 700 metros de distancia.

Antes de la salida de la movilización, hubo previsiones de agua, jugos y comida para un sol que tostó las pieles enardecidas de las madres, hermanas, compañeras y víctimas, solidarias con este movimiento.

En punto de las 14:00 horas, Bucareli enmudeció y las organizadoras se congregaron en un pequeño círculo para iniciar un conteo regresivo del 10 hasta el primer grito: “¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta, alerta, alerta, que camina la lucha feminista por América Latina! ¡Y tiemblen y tiemblen y tiemblen los machistas, que América Latina será toda feminista” fueron los gritos que se escuchaba en cada paso.

La furia en el Zócalo


Familiares de víctimas de feminicidio fueron las que encabezaron la protesta, seguidas de los contingentes de mujeres en general y al final un grupo mixto, en el que los hombres expusieron sus críticas junto a sus parejas o familiares.

El verde, morado y naranja tiñeron las calles del primer cuadro de la capital, que, en menor medida, una vez más sintió los estragos de la furia de las mujeres: negocios y monumentos históricos fueron protegidos con vallas metálicas, pero eso no fue suficiente para evitar las pintas y los vidrios rotos.

Tampoco fue suficiente la presencia de las policías y bomberos, quienes fueron acusados de cuidar con más ahínco un edificio que la vida de las inconformes.

Un violador en tu camino, del grupo feminista chileno Las Tesis, fue el himno que movió paso a paso a las asistentes, quienes en momentos pedían que todos los hombres salieran de los contingentes y en otras ocasiones exigían a la población en general que tuviera más conciencia del riesgo de ser mujer. “¡Nos están matando a todas!”, exclamaban enojadas, mientras las fuentes de la Alameda Central se pintaban de rojo para simbolizar la sangre de quienes fueron asesinadas.

Los ánimos de la manifestación fueron subiendo de tono. Las inconformes llegaron al Zócalo y subieron a un templete para reclamar la ineficiencia de los sistemas de seguridad y justicia, además de los estigmas sociales que aún persisten.

“Calladita no me veo más bonita”, se podía leer en otra pancarta de una mujer que alcanzó a llegar para escuchar, frente a Palacio Nacional, cada uno de los mensajes de sus compañeras.

A diferencia de ella hubo otras asistentes que sólo caminaron del Monumento a la Revolución al Palacio de Bellas Artes, debido a que la marcha avanzó lento y con varias pausas. Aunque no eran pocas las que abandonaron a medio camino la movilización, muchas más seguían llegando al Zócalo para que sus reclamos no perdieran fuerza.

Esta movilización también consignó los actos de violencia que un grupo de mujeres inicio sobre la misma avenida Juárez. Las manifestantes de “acción directa”, quienes se caracterizan por traer el rostro cubierto y utilizar mazos, gasolina para ocasionar destrozos, recibieron gritos en contra.

No obstante, la atención no se desvió. A la llegada de una parte de los contingentes a la antimonumenta contra el feminicidio hubo un alto para que víctimas de abusos, violaciones y otras formas de agresiones de género tomarán el micrófono.

El 8 de marzo de ayer fue un día de indignación y protesta para las mexicanas, pero también fue un momento de hermandad y empatía entre ellas, un espacio en el que olvidaron sus diferencias y entendieron que juntas son más fuertes.

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