Fátima, de 26 años, se apoya en un bastón para caminar; sus pasos son lentos y firmes. Se sienta en la segunda fila de las escaleras de metal, frente al Campo de tiro con arco “Lauro Franco” en Ciudad Universitaria, espacio en el que solía entrenar y que ahora solo observa desde la banca.
El 24 de octubre de 2023 un accidente le destrozó la pierna izquierda. Se dirigía a su trabajo por medio de la Línea 7 del Metro, cuando, al llegar a la estación Polanco y utilizar las escaleras eléctricas, estas, en lugar de subir, comenzaron a descender.
“Las personas cayeron encima de mí, hicieron palanca en mi rodilla izquierda, solamente se escuchó un sonido hueco, grité. Dos muchachos me sacaron, pero no pude sostenerme; vi que mi pierna era como de goma, el hueso se quería salir”, relata Fátima para EL UNIVERSAL.
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Sentada sobre el piso, un elemento de Protección Civil se acercó a ella y le indicó que su pierna estaba dislocada. Uno, dos... y antes de mencionar el último número, acomodó el hueso e improvisó un torniquete.
“A las 8:29 de la mañana yo era una mujer convencional; un minuto después, este accidente me convirtió en una persona con discapacidad”, dice Fátima Neri, quien es medallista de oro y plata en diversas competencias nacionales e internacionales de Tiro con arco compuesto.
A casi tres años del accidente, la deportista aún pide al Metro un servicio médico justo, así como la cobertura total de todos sus gastos médicos por el accidente que truncó su meta de representar a México en los Juegos Olímpicos.

El inicio del calvario
Fátima fue llevada en ambulancia al Hospital San Ángel Inn. Antes de que los médicos le dieran un diagnóstico, representantes del Metro ingresaron a la sala de espera buscando que se firmara una hoja.
El documento señalaba que el paciente no podía “dudar sobre el diagnóstico, pronóstico y tratamiento relacionado con el padecimiento, aceptando el alta definitiva de la unidad hospitalaria” y que renunciaba a cualquier acción o derecho. Fátima no firmó.
“Mi rodilla estaba completamente deshecha”, recuerda la arquera. El resultado de la resonancia magnética mostró que ya no tenía cartílago y sus ligamentos estaban dañados. Al día siguiente del accidente ingresó al quirófano. Pero tras la “exitosa” cirugía aún presentaba dolor.
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Pese a las molestias, el médico ortopédico de Fátima solo le asignó sesiones de rehabilitación durante cuatro meses. “Con la terapia no noté mejoras, mi pierna seguía inflamándose, aún necesitaba el bastón para caminar. Me recomendaron hacerme una resonancia magnética”, recuerda.
No obstante, su doctor optó por hacer únicamente un ultrasonido. El resultado fue desalentador: la cirugía no había salido bien, como le habían dicho. Los ligamentos seguían fragmentados como “telaraña” y su rodilla comenzaba a retener líquido sinovial.

El problema se convirtió en una bomba de tiempo. “Me dijeron que necesitaba una operación de emergencia porque este líquido en cualquier momento podía salir y dañar el hueso, inflamar mi pierna y corría el riesgo de no caminar de nuevo”. Aunque la situación era grave, su doctor ignoró el problema y le diagnosticó tendinitis. El señalamiento era el mismo: “Tú no tienes nada, tú estás bien”.
Un mes después, la bomba explotó: su rodilla se infectó. La arquera decidió acudir a un hospital del IMSS, pues no quería volver a recibir malos tratos en el San Ángel Inn. Su médico familiar le sugirió sacar una muestra de sangre para identificar el tipo de infección.
Por tres días vivió “el peor trato” de su vida en un IMSS. Los médicos residentes, recuerda Fátima, no sabían cómo extraer la muestra de sangre. “Me picotearon horrible. Yo estaba llorando y delirando porque me picaban el hueso”. Cuando obtuvieron la muestra para revelar el tipo de infección, “su famosa muestra de laboratorio fue a contraluz”, rememora.
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Tras el procedimiento, la dejaron en la sala de espera y conectada a analgésicos. Los médicos determinaron un edema, es decir, una hinchazón causada por líquido acumulado, pero le dijeron que, por falta de cupo, no podían operarla. Al salir, su médico familiar nuevamente le señaló la gravedad del problema, pero solo controlaron la infección con antibióticos.
Ante esta experiencia, el 17 de agosto de 2024, Fátima se contactó con el médico del hospital San Ángel Inn que la atendió para comentarle sobre su infección y el dolor persistente. “Me decía: tú te hiciste algo en la rodilla y no me quieres decir, porque ya estabas bien, ya podías hasta correr”.
El doctor del hospital privado y Seguros Azteca (la aseguradora del Metro) dejaron de responder los mensajes de Fátima después de la conversación.
Pide reparación del daño
Después de más de nueve meses de no tener respuesta ni seguimiento médico por parte del hospital San Ángel Inn y Seguros Azteca, Fátima tuvo que asesorarse legalmente. A través de sus abogadas retomó la comunicación con el Metro. Sin embargo, ellas siguen en espera de una respuesta antes de iniciar acciones legales.
Fátima exige un trato justo de servicio médico y, sobre todo, "que el Metro se haga responsable y me hagan una reparación integral del daño conforme a la ley. A mí me rompieron todas mis metas a corto y largo plazo (...) mi vida cambió, ahora cada paso que doy es doloroso", señala.
EL UNIVERSAL buscó al Metro de la CDMX para conocer su postura ante el caso de Fátima. “La administración del metro, sensible y consciente ante la situación, manifiesta que continuará con el seguimiento a la situación médica de la usuaria, y a través del área administrativa, coadyudará para una atención personalizada y seguimiento del cumplimiento del seguro”, respondió el sistema de transporte a través de una tarjeta informativa.
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