Washington.— A finales de noviembre de 2018, el columnista del The Washington Post Dana Milbank contó hasta 45 candidatos demócratas que podrían presentarse a las presidenciales de 2020. En un texto lleno de humor, mostraba cuán diverso, inconsistente y dispar es el campo de los rivales de Trump, sin líder visible y dirigiéndose de cabeza a unas primarias extremadamente numerosas.

Desde noviembre de 2016, con la inesperada y humillante derrota electoral sufrida, los demócratas no paran de preguntarse cómo se vence a Donald Trump, cómo se le saca de la Casa Blanca.

Consiguieron un hito en las elecciones legislativas de medio mandato de hace un par de meses, ganando 40 asientos en la Cámara de Representantes y recuperando su control. Lo hicieron con una campaña basada en centrarse en programa electoral: reforma sanitaria, lucha contra el campo climático, defensa de la migración, alejamiento de grandes corporaciones y lobbys.

Sirvió en 2018 en elecciones locales y regionales, pero en 2020 el rival es únicamente Trump. ¿Sirve la misma estrategia para un cara a cara con el presidente?

Lo único que parece que tienen claro es que requieren encontrar un nombre que aproveche y recoja la ira antiTrump a la vez que sea convincente en sus postulaciones, que apele a las votantes femeninas de los suburbios —agentes del cambio electoral en los últimos comicios— al mismo tiempo que se identifique con las minorías raciales y sociales. Una tarea titánica.

Todavía falta un año y 10 meses para las elecciones y no hay respuesta a eso, al menos de momento. Sin embargo, ello no ha frenado a los aspirantes demócratas que quieren ser tomados en cuenta y tienen ganas de llegar al despacho más codiciado del país, y empiezan a aparecer para que sus nombres suenen entre los votantes y tantear las aguas.

Quizá no llegarán a presentarse los 45 que contaba Milbank, pero todas las estimaciones apuntan a por lo menos una veintena. De entre los que ya han salido al ruedo, el más importante es Julián Castro, hispano de Texas (nieto de mexicana de Coahuila) con experiencia ejecutiva (fue secretario de Vivienda con Barack Obama y alcalde de San Antonio) y muy reconocido entre el electorado latino.

No es ni de lejos el candidato mejor posicionado para llegar a la Casa Blanca. Muy por delante de él en las estimaciones de voto están progresistas como la senadora Elizabeth Warren; personajes populares y de gran aceptación como el ex vicepresidente Joe Biden; jóvenes estrellas emergentes como el congresista Beto O’Rourke, o afroamericanos como el senador Cory Booker.

De momento hay un perfil que está destacando por encima de todos. Fortalecidas por el movimiento #MeToo y la nueva oleada feminista que recuperó el término “año de la mujer” en política, un grupo de mujeres (todas senadoras) están explorando la viabilidad de sus candidaturas.

Junto a la ya nombrada Warren, están Kamala Harris, Kirsten Gillibrand y Amy Klobuchar, todas influyentes y que están dispuestas a recoger el testigo de Hillary Clinton como candidata presidencial por los demócratas.

La diversidad de perfiles y candidatos es una demostración de la división del Partido Demócrata, que visualiza un periodo de primarias arduo y largo de batalla fratricida; buenas noticias para Trump, que verá cómo se desgastan mientras él hace su camino.

Un sendero del presidente que se prevé sin obstáculos, a no ser que finalmente un representante del ala moderada del Partido Republicano, facción cada vez más minoritaria, decida retarle. Nombres como John Kasich o Jeff Flake siempre aparecen en las quinielas, pero Trump es tan poderoso en el partido que el desafío que ellos pueden representar es, hoy, una quimera que se prevé infructuosa.

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