Ana Karen perdió a su hermana hace casi un año a manos de su esposo, quien la golpeó, ahorcó y puso un coche encima. A la mujer, de 23 años, la encontraron tirada cerca del Ajusco. Dejó tres hijos pequeños, quienes ahora viven con el hombre que la mató. Su caso aún no tiene justicia.

En la marcha por el Día de la Mujer los gritos de justicia impiden que Ana Karen se concentre, la voz se le quiebra cuando afirma: “A mi hermana la mataron hace ocho meses y nadie ha hecho nada, no hay justicia hasta ahorita”.

El esposo de su hermana, y quien afirma que es su asesino, demandó a Ana Karen por difamación. Esa denuncia sí procedió, pero la que se puso en contra del hombre por ser el posible responsable de la muerte de su esposa, no. Según Ana Karen, al Ministerio Público lo cambian cada mes y no siguen el caso.

“Quiero que se haga justicia para ella. Tenía 23 años, era ama de casa, se fue muy joven a vivir con su esposo. Pensábamos que estaba bien y un día nos llamaron para decir que no la encontraban. Fue cuando la hallaron cerca del Ajusco. La ahorcaron y todavía le pasaron un carro por encima”, recuerda.

Ana Karen afirma que en la oficina del Ministerio Público hay cientos de expedientes sin resolver.

Mientras camina en la marcha por el Día Internacional de la Mujer, en la Ciudad de México, se da cuenta que hay muchas historias como la de su hermana, y dice que espera que las demandas sean resueltas.

A unos metros de ahí, Aileen se coloca frente a un grupo de policías que resguardan una de las puertas principales de Palacio Nacional. Llora mientras sostiene un cartel con la leyenda: “En pie de lucha por las mujeres indígenas”.

La prima de Aileen desapareció cuando regresaba de la secundaria hacia su casa hace 16 años. Estudiaba en una comunidad indígena de Cuetzalan, Puebla. Su desaparición nunca se publicó en un periódico ni se pudo transmitir en las noticias.

“Vine porque allá han sucedido varios feminicidios y desapariciones, pero no salen en ningún lado. Estoy aquí porque quiero que allá sea diferente, porque de esas mujeres, que son indígenas, nadie habla”, manifiesta a EL UNIVERSAL.

A Aileen la acompaña su madre, ambas viven en la alcaldía Xochimilco, donde la joven estudia el bachillerato. Invitó a sus compañeras de la preparatoria a marchar, pero no lograron organizarse, por eso su madre la acompaña y se coloca junto a ella frente a las policías, que en su mayoría son mujeres.

“Siento una impotencia muy grande que también desaparezcan niños y niñas como Fátima.

“Así desapareció mi prima (...) era una niña y no hemos sabido nada de ella en todo este tiempo”, afirma.

A unos pasos de donde se encuentra Aileen, se escucha a un grupo de mujeres discutir. Unas critican a las policías que resguardan la puerta mientras las agentes resisten estoicas, otras defienden que no pinten la puerta y las paredes y unas más lanzan consignas de protesta contra el Titular del Ejecutivo federal: “No lo alaben, dejen de alabarlo”.

Del otro lado de la plancha del Zócalo capitalino está Ana María y su mamá. La joven explica que ella ha sido víctima de violencia, pero que antes no lo admitía por, afirma, “patrones familiares”.

“Quiero que los secretos familiares dejen de encubrir a violadores, porque en todas las familias hay un abusador”, asegura.

Las mujeres caminan y caminan, gritan, lloran, queman, rompen se abrazan y cantan.

Sus historias pueden narrarlas o no, pero en medio de miles no es necesario saber de qué lado han estado cuando todas cantan al unísono para pedir una sola cosa: justicia.

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