Brooklyn, Nueva York.— Esposado, con grilletes en los tobillos, pálido, incluso despeinado. Así fue la primera comparecencia de Genaro García Luna en la Corte del Distrito Este de Nueva York, donde se declaró no culpable de los cargos de complicidad para tráfico de cocaína y falsedad de declaración.

La voz de la jueza Peggy Kuo fue certera e implacable. “¿Entiende de qué es acusado?”, dijo Kuo. “Sí”, respondió el llamado superpolicía. Cuando Kuo inquirió cómo se declaraba, García Luna contestó: “No culpable”.

Sin los trajes que García Luna solía vestir en su época de funcionario, vestido con pantalón caqui, sudadera gris y tenis, apenas estuvo unos minutos ante un juez que no será el que lleve su caso, Brian Cogan.

Tampoco estuvo el abogado que se encargará de su defensa y que pertenece a un prestigioso bufete, Quinn Emanuel, sino un abogado de oficio, César de Castro, quien no tenía mucha idea de cómo estaba la situación.

Lejos de la imagen de hombre fuerte que manejó como secretario de Seguridad Pública, García Luna se veía preocupado y buscaba constantemente a su esposa y dos hijos —Genaro y Luna—, presentes en la comparecencia.

Los gestos de solidaridad de los hijos no faltaron: puños en alto, palmadas en el pecho.

La sobriedad del recinto judicial distaba mucho de ser un montaje, como aquellos que el exfuncionario gustaba de armar en México y que tanto lo vincularon con la polémica como lo fue el de la francesa Florence Cassez.

La nueva realidad se le presentó a García Luna de golpe. Además de la declaración de no culpabilidad, que se veía venir, la defensa planteó que buscará fianza; la fiscalía argumenta que el riesgo de fuga es muy alto y que evalúan la posibilidad de un acuerdo que evite un juicio.

Luego vino el anuncio de la siguiente audiencia, que será el 21 de enero. Al frente estará, ahora sí, Cogan, el juez que llevó el juicio de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo.

Al término de la audiencia, Luna rompió en llanto y abrazó a su madre. Aquel gesto duro, impenetrable, que García Luna mostraba durante su paso por áreas estratégicas del Estado mexicano, se derrumbaba.

Al salir, sus hijos Genaro y Luna volvieron a alzar los puños y se dieron palmadas en el pecho. Un García Luna con rostro cansado se detuvo un momento para observar la escena, hasta que un oficial de la corte lo instó a seguir caminando.

Fue entonces que el superpolicía retomó su paso lento, encorvado, para ser puesto nuevamente en custodia, paradójicamente sin ser ahora el dueño de la situación, y paradójicamente envuelto en un show mediático que reseñaba su posible destino.

Mientras se define el tema de si se avala o no una fianza, García Luna permanecerá detenido, en sitio desconocido.

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