San José. – Como experimentado paracaidista, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro , comprendió que está en apuros con los mandos de su paracaídas en su desesperado intento para tratar de desacelerar su desplome en las encuestas en ruta a la primera ronda de los comicios generales brasileños del próximo domingo.

Empeñado en maniobrar, disminuir la velocidad de la caída, reasumir el control de su paracaídas y enderezar el rumbo, Bolsonaro optó por radicalizar su posición como bastión de la extrema derecha con una meta: oxigenar su campaña, evitar una debacle que le llevaría al final de su carrera política y obligar a extender la competencia para acudir el 30 de octubre próximo a una segunda vuelta.

Con fama de autoritario que reforzó en su controversial presidencia, Bolsonaro debió reconocer en la intimidad de su comando de campaña que, con inusitada rapidez, su paracaídas se aproxima a tierra… y su candidatura se desploma.

Aunque ofreció su rostro de siempre de duro, poderoso, invencible, triunfador e inmune a cualquier amenaza, Bolsonaro debió arreciar la lucha para impedir que su rival, el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, continúe en las alturas, reciba más y más apoyos de las fuerzas de izquierda, centro—izquierda y centro… y gane en primera vuelta.

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La pelea electoral exhibió “intentos del presidente Bolsonaro de socavar o minar la confianza en el sistema electoral”, explicó el español César Muñoz, investigador sénior de Human Rights Watch (HRW), organización no estatal global de Washington de defensa de los derechos humanos, para Brasil y otros países de América Latina y el Caribe.

“Es algo que empezó a hacer desde que asumió la presidencia, cuando dijo que hubo fraude en la elección (de 2018) que él ganó diciendo que debería haber recibido más votos de los que le adjudicaron al final. El problema es que el presidente no ha presentado ninguna prueba de eso”, dijo Muñoz a EL UNIVERSAL desde Brasil.

“Está haciendo acusaciones muy graves sin presentar ninguna evidencia. Y eso es extremadamente irresponsable. Hace temer que esté preparando el camino para alguna reacción en el caso de que no sea reelegido. Y eso no es aceptable en una democracia”, afirmó.

Al destacar que “si no está contento con el resultado, el que sea, cualquier candidato puede acudir al sistema judicial brasileño, que es sólido e independiente, y hacerlo por la vía legal”, Muñoz aseguró que “no se puede permitir ninguna aventura por fuera del sistema legal y constitucional de Brasil”.

Bolsonaro anticipó desde 2021 que podría desconocer el resultado de los comicios y porque el voto electrónico favorece el fraude. “Si ese método continúa, vamos a tener problemas, porque puede ser que un lado no acepte el resultado. Y ese lado obviamente será nuestro lado”, anunció en declaraciones a medios brasileños de prensa, en un amago que repitió durante la campaña.

“Será la elección más disputada en Brasil desde 1989”, pronosticó el sociólogo y politólogo brasileño Rodrigo Augusto Prando, profesor e investigador de la (no estatal) Universidad Presbiteriana Mackenzie, de Brasil.

“Lula hará todo lo posible para ganar en la primera vuelta y Bolsonaro hará todo lo posible para llevar las elecciones a la segunda vuelta, esperando, con esto, una mejora aún mayor en la economía y el aumento del rechazo de Lula”, dijo Prando a este diario.

Con una carrera militar de 1973 a 1988 y ahora capitán en retiro o reserva, Bolsonaro decidió alinear en su equipo a las figuras estelares de la extrema derecha de Brasil, de la política a la religiosa. Uno de los aliados cruciales de Bolsonaro es el pastor Solas Malafaia Lima, conservador, tele—evangelista, psicólogo, escritor, editor y, fundamentalmente, líder de Victoria en Cristo, un ministerio pentecostal, y enemigo del aborto y de la homosexualidad.

A esa derecha se enfrentará Lula en su objetivo de convertirse en el primer político brasileño que, luego de la dictadura militar que gobernó en Brasil de 1964 a 1985, consigue ganar la presidencia de Brasil por tercera vez en 37 años de democracia.

Como líder del Partido de los Trabajadores (PT) y veterano sindicalista, Lula triunfó en las elecciones de 2002 y gobernó un primer mandato de 2003 a 2006. Reelegido en 2006, fue presidente de 2007 a 2010 y su correligionaria, Dilma Rousseff, venció en 2010 y le sucedió en el cargo para gobernar primero de 2011 a 2014 y se reeligió, pero su gestión terminó en 2016 al ser sustituida por el Senado de Brasil en un pleito político y de cuentas fiscales.

“Vale la pena recordar que ningún candidato del PT ganó en la primera vuelta (Lula y Dilma fueron elegidos y reelegidos siempre en la segunda vuelta). Si Lula gana, esta vez, en la primera vuelta, será más por el rechazo a Bolsonaro, que supera el 50%, que por las cualidades de Lula”, aclaró Prando.

Lula, su predecesor—Fernando Henrique Cardoso fue presidente dos periodos, de 1995 a 1998 de 1999 a 2002—y su sucesora pudieron reelegirse, en hechos que reafirmaron la solidez y la transparencia de la institucionalidad de Brasil en su recorrido de 21 años de dictadura hacia una joven democracia en el tránsito del siglo XX al XXI y como gigante interamericano.

Bolsonaro, sin embargo, podría convertirse en el primer mandatario brasileño posterior a la dictadura que sale derrotado de su afán reeleccionista y el primero de enero de 2023 debería entregar el poder para finalizar su cuatrienio.

Viento en contra

De 67 años, casado tres veces, con cinco hijos y postulado por su fuerza política, el derechista Partido Liberal, y la coalición “Por el Bien de Brasil”, Bolsonaro sobrevoló al cierre de la campaña en primera ronda bajo una amenazante zona de turbulencia.

La situación de 2022 contrastó con los días victoriosos de 2018. Bolsonaro debía competir con Lula en la primera ronda electoral del 7 de octubre de ese año, pero el exgobernante fue inhabilitado por una causa judicial en su contra de corrupción por el que estuvo preso 580 días, del 7 de abril de 2018 al 8 de noviembre de 2019.

El académico Fernando Haddad pasó de ser candidato vicepresidencial a presidencial y Bolsonaro le venció en primera y en segunda vuelta, el 28 de octubre. A cuatro años de aquellas jornadas, los vientos soplan en otro sentido para el capitán ultraderechista.

“El escenario es mucho más favorable para el expresidente Lula. Matemáticamente, Lula puede ganar en la primera vuelta”, subrayó Prando.

De 76 años, con cinco hijos de cuatro relaciones sentimentales, con un historial de obrero metalúrgico y sindicalista y de expresidiario con un expediente judicial de supuesta corrupción del que se liberó en 2019, Lula fue confirmado en distintas encuestas como favorito con 47% o 48% del electorado a su favor sobre 31% del presidente.

“Ex convicto”, tuiteó repetidamente el diputado federal brasileño Eduardo Bolsonaro, hijo del mandatorio, para referirse en campaña a Lula. “Brasil era un hazmerreír en el extranjero, gobernado por notorios bandidos, ladrones”, escribió el también aspirante a reelegirse al mencionar el martes anterior el discurso que su padre pronunció en la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) para remitir a la presunta corrupción de su adversario.

“Siento mucho” o lamento que Bolsonaro debiera señalar “que este era el Brasil del pasado”, remarcó.

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El ajedrez

Prando compartió, por su lado, una lectura política de un escenario en el que juegan otros dos candidatos presidenciales, Ciro Gomes, del opositor y centro—izquierdista Partido Democrático Laborista, y Simone Tebet, del opositor y centrista Movimiento Democrático Brasileño.

“Las encuestas muestran que la mitad de los votantes de Gomes y Tebet pueden cambiar su voto y esto se llama ‘voto útil’. Es decir, los votantes pueden votar por Lula no porque prefieran a Lula, sino porque rechazan al presidente Bolsonaro con más fuerza”, aclaró.

Al señalar que Lula y el PT se aliaron a sectores de izquierda, centroizquierda y centro en la coalición electoral “Brasil de Esperanza”, Prando aludió a una movida crucial del exmandatario: colocar como aspirante a la vicepresidencia al derechista Geraldo Alckmin, del opositor Partido Socialista Brasileño.

“Alckmin fue un opositor histórico del PT y Lula. Además, muchos otros políticos, que fueron candidatos presidenciales, están apoyando a Lula”, recordó. Alckmin enfrentó a Lula en 2006 en la contienda que el entonces presidente se reeligió.

“Bolsonaro, a su vez, gobernó e hizo toda su campaña con un discurso dirigido a quienes ya lo apoyan, es decir, un electorado conservador, de derecha e incluso de extrema derecha”, narró.

Los números

En un país de 215,4 millones de habitantes, un total de 148 millones 918 mil 483 brasileños podrá acudir a las urnas el primer domingo de octubre a elegir presidente, vicepresidente, a los 513 miembros de la Cámara de Diputados, a 27 de los 81 integrantes del Senado y a las autoridades de los 26 estados y del Distrito Federal: gobernadores y vicegobernadores, asambleas legislativas estatales y del Distrito Federal.

Para ganar en primera ronda se requiere de más del 50% de los votos totales, por lo que si ninguno logra traspasar ese porcentaje será necesario realizar una segunda con los dos aspirantes que recibieron mayor cantidad de sufragios. En la consulta final ganará el que obtenga una mayoría simple de los votos totales.