La canción The Business, de Tiësto, es lo último que se escucha antes del comienzo del partido en cada show de presentación que se hizo en este Mundial . El tono, entre dramático y concluyente, aumenta la tensión en el ambiente. Es un empujón a un abismo de emoción. Después queda la cuenta regresiva y el fútbol. El juego que conmovió y enloqueció a una nación. Mientras suena, el rostro de Lionel Messi está duro, serio. Atrapado en su rol. Están todos esperando verlo a él y no quiere fallar. Asume su responsabilidad en la final del ante Francia.

Barba prolija esta vez. Se acomoda la ropa Messi ajeno al clima. Seguro está nervioso. Nadie podría no estarlo en su posición. Pero se lo guarda. No lo expresa. Con un chicle en la boca, como siempre. Por algún lugar debe liberar toda esa adrenalina escondida. Mientras el bombeo de sangre se acelera en los corazones argentinos, Messi camina la cancha. Literalmente. No corre. Pero cuando el juego pasa cerca de él, no se esconde. Al contrario, se activa. A los 35 años ya no puede ser el mejor del mundo. Y sin embargo consigue ser el mejor de la historia.

La Argentina tiene la pelota, pero es cuando llega al capitán que realmente puede pasar algo distinto. Lo primero que hace, desde la derecha, es la búsqueda al lateral que pasa. El método Barcelona. Lo encontró perfecto a Tagliafico dos veces. Fueron las primeras señales de que la Argentina intentaba ser punzante desde el comienzo. Que lo tenía estudiado a Francia hasta el hartazgo. Que la fragilidad en el medio y la espalda de Koundé era una invitación al ataque.

Todavía estaban en etapa de estudio cuando Ousmane Dembele le cometió un insólito penal a Di María. El quinto que le dan a la Argentina en el torneo. Messi metió cuarto. Un raid a puro penal y gol en la etapa eliminatoria. El de la noche del domingo en Lusail sirvió para su pleno en etapa eliminatoria. Hizo goles contra Australia, Países Bajos, Croacia y Francia. No había hecho nunca antes ni siquiera uno. En este Mundial los hizo en todos los partidos. El sexto en el Mundial, el 12° en su carrera para alcanzar a… Pelé. Y con esos cuatro, también, tiene los mismos que hizo Maradona en toda su carrera mundialista. ¿Cómo puede hacerlo todo una sola persona?

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En un ataque de pelota recuperada, hubo una combinación de flipper: Molina, Mac Allister, Messi, Álvarez y Mac Allister (otra vez), armaron un perfecto recorrido a un toque para que Di María metiera su gol en una final de un Mundial, la única en la que le faltaba convertir con la selección. Y se largó a llorar, como si estuviera desconsolado. Un desborde más, en medio del partido. Cuando todo estaba por jugarse todavía.

Pero no se emocionó Messi. Lo gritó como loco, eso sí. Lo abrazó. Fueron compañeros de mil batallas y sufrimiento. Su pase de cachetada en esa acción fue de una belleza estética que será recordado por siempre. Era el 2 a 0.

Mientras Rodrigo De Paul, Enzo Fernández, Alexis Mac Allister y Julián Álvarez corrieron como enloquecidos a su alrededor, él reservó energías. De eso se trata. Su Armada hacía el resto del trabajo. Al líder lo necesitan para otros asuntos. Mucho más importantes. No quiere decir que nunca colaboró. Bajó a recuperar un par de pelotas en el primer tiempo por las que se llevó una ovación descomunal.

Después, lo esperaron para tirar de los hilos de la marioneta. Para que cada extremidad de este equipo se mueva para el lado que él desea y sin que los adversarios pudieran anticipar o descifrar cada movimiento. Se perdieron un par de ocasiones muy buenas para ampliar el marcador en los primeros veinte minutos. Es cierto, después llegó lo peor: el momento de oscuridad del equipo, que ya había aparecido en varios partidos en esta campaña de campeón. El bajón trajo aparejado los dos goles de Mbappé, uno de penal y otro de jugada, que puso el marcador 2 a 2 y obligó a arrancar todo de nuevo.

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Por momentos, cuando los nervios ya estaban a flor de piel y el resultado era más incierto que nunca, pareció que Messi se esfumaba de las zonas de influencia, pero como lo hizo tantas veces; reapareció en el momento justo: en el tiempo extra. A los cuatro minutos del tiempo suplementario, anotó el tanto que pudo haberle dado el título a la selección antes de la serie de penales. Lucas Montiel remató hacia arriba una pelota con efecto, Lautaro Martínez bajó la pelota para el crack rosarino que, de inmediato, volvió a habilitar a Martínez. El atacante de Inter remató ante la salida de Lloris que tapó su disparo, pero le quedó a Messi que, de derecha, anotó el 3 a 2. Y ahí, el estallido, su festejo con el puño en alto, su rostro transpirado y enrojecido. ¿Parecía que estaba todo sellado? No, todavía no. Hubo que soportar otro castigo de Mbappe y esperar la tanda de penales.

Fue allí donde Messi no volvió a fallar. Un disparo suave, la pelota rodó lento hacia el arco, mientras que el arquero Lloris se tiró hacia otro lado. El Dibu Martínez se encargó del resto, para que el capitán disfrutara el pico máximo de su carrera, como si le hubiesen faltado lauros. Entonces sí, su definitivo acceso al Olimpo del fútbol, la gloria eterna con la Copa del Mundo en sus manos... vestido con una capa negra de mago.

Por Juan Manuel Trenado

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