Toluca, Méx.

En la colonia Electricistas, como se le conoce a una de las zonas más antiguas de Toluca, se ubica una tienda de dulces típicos mexicanos que actualmente se distingue por ser un sitio turístico y que destaca porque a lo largo de 124 años ha producido piezas artesanales con base en leche bronca y sin conservadores.

Roberto Hernández pertenece a la cuarta generación de una familia que se dedica elaborar y vender productos “muy dulces”.

Es un hombre de la tercera edad que, junto con sus hermanos, hijos, primos y nietos, todos ellos integrantes de 12 familias, decidió dedicarse al oficio que aprendió de su bisabuelo, el fundador de este negocio.

El lugar donde la familia oferta las piezas se ubica en una casa de color verde, que por fuera tiene el anuncio de la dulcería y por dentro parece una casa típica de una ranchería, llena de jaulas con pájaros, pericos australianos y otros de gran tamaño que, según los dueños, son admirados por los visitantes.

Un sitio que a simple vista es colorido y que da la sensación de calidez al entrar, proporcional al trato que brinda la familia Hernández. Al fondo del pequeño cuarto con los mostradores de dulces se encuentran los cazos en los que se hierve la leche bronca, la cual está recién ordeñada o no se ha hervido o no está pasteurizada.

Ahí Roberto tiene dispuestos varios ingredientes con los que trabajará para transformarlos en 70 opciones distintas de dulces típicos, desde los higos cristalizados hasta macarrones. Hay dulce de guayaba, mazapanes, jamoncillo, cocadas, alegrías y otros productos más.

Los productos favoritos para los clientes son jamoncillo de piñón, el envinado, la leche quemada y la mandarina, además de los higos, la fruta cristalizada, aunque también gustan de los borrachitos.

“Desde pequeño aprendí. A veces uno deja de estudiar. A mí por ejemplo me tocó ver a mis abuelos y a mi papá trabajar (...) y yo hacía lo esencial, picar la naranja, el camote, la calabaza”, cuenta.

Comenta que en principio sus bisabuelos únicamente elaboraban el macarrón y el hueso, lo más vendido. “No sabemos quién les enseñó a ellos o quién de los dos tuvo esa visión”, destaca.

En este lugar no hay nada artificial, los dulces duran frescos ocho días, por eso cuando hay pedidos de gente que viajará, les recomiendan que ordenen un día antes para prepararlos, pues no llevan conservadores y, si acaso, algunas gotas de pintura vegetal para distinguirlos.

A este sitio han llegado compradores como Soraya Jiménez, medallista olímpica, algunos futbolistas, artistas, actores y hasta un diplomático alemán que se llevó un ejemplar de cada variedad.

“Cada integrante de la familia aporta, cada uno elige lo que más le gusta y entonces cada día observamos qué nos hace falta para completar las charolas, así cada quien trae su parte desde casa”.

En esta tienda, que fue habitada hace 55 años por la familia Hernández al utilizarla como casa, hay un pequeño taller en la parte trasera del cuarto de exhibición, donde dan forma a los dulces mediante moldes.

“Es un orgullo, nunca imaginamos que nuestras piezas fueran a traspasar fronteras y llegaron a las manos de un diplomático en otro continente”, declara Roberto.

La familia Hernández está acostumbrada a convivir con las abejas, que siempre chupan el azúcar de la fruta cristalizada. Roberto asegura que “vivimos enamorados de nuestro oficio, lo conservamos con mucho amor”.

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