Mitzi Sánchez, una joven de 19 años, debe portar durante seis horas un vestido de quinceañera para lograr convencer a las adolescentes y a sus familias de comprar uno en el local en el que trabaja desde hace dos años, el cual se encuentra en el mercado de La Lagunilla.

La recuperación de las ventas, explica, ha sido muy lenta tras la reapertura por la crisis sanitaria.

“Todos estábamos muy ansiosos de volver a trabajar, pero regresamos y nos dimos cuenta de que ya no es lo mismo, porque ya no viene mucha gente.

“Es muy difícil vender... Algunas entradas están bloqueadas, entonces la gente piensa que está cerrado”, comenta la joven mientras acomoda unos vestidos en el aparador.

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Como ella, otros locatarios indican que tienen muchos vestidos apartados desde que inicio el año; sin embargo, luego del confinamiento decretado por las autoridades para evitar contagios por Covid-19, los clientes no han podido liquidarlos.

Quinceañeras en la pandemia: la ilusión regresa poco a poco
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El mercado, que es muy famoso en la Ciudad por vender una gran variedad de vestidos para quinceañeras, no dio servicio por más de tres meses, debido a la pandemia.

Fue el 1 de abril cuando los locatarios tuvieron que cancelar todos los pedidos que tenían, pues la clientela también se vio afectada.

Ahora los vendedores abrieron sus negocios con la esperanza de recuperarse económicamente, ya que para la mayoría de ellos es su única fuente de ingresos.

No obstante, el regreso no ha sido fácil: no abren diario y deben intercalar los días y tomar todas las medidas posibles para evitar propagar el virus; además los accesos están controlados y cuando los clientes llegan deben pasar por un filtro sanitario.

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“Debemos ofrecer gel antibacterial a la gente para estar más seguros cuando las chicas se prueban un vestido”, cuenta Luis González, otro vendedor que dice que los fines de semana parecen lunes o martes por la poca afluencia de familias que buscan comprar.

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“Tenía miedo, tuve que aceptarlo. Algunos compañeros ya no pueden ir porque se van a mudar.

“Espero que cuando sea mi fiesta hayan bajado los contagios y que todo se haga como si no hubiera pasado nada”, expresa Ximena mientras el vendedor le muestra cada accesorio en un local con luces y vestidos de diversos colores.

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“La pandemia nos tiene atados de manos. Se pagaron el salón, la misa y la academia de baile, pero todavía falta que compremos el pastel, la foto, el video y el vestido”, detalla Angélica, la madre de Ximena.

“Ahora existe mucha incertidumbre por la cantidad de invitados que pueden ir y la forma en la que debemos estar organizados; sin embargo, ojalá que, con ayuda de todos, para noviembre ya estemos mejor”, dice con esperanza.

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