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A las 15:34 horas Jesús se quebró a unos pasos de llegar al punto donde sería crucificado, en la cima del Cerro de la Estrella, ayer convertido en el Monte Gólgota. “Vamos, Julio. Estamos contigo, aquí estamos. Vamos, mijo, tú puedes”, le susurraba un romano en el oído a José Julio, el Jesús de Iztapalapa.
La temperatura había alcanzado los 30 grados, la tierra y el pavimento habían quemado los pies del hombre de 27 años, quien un paso a la vez intentaba llegar a su destino; se preparó durante 37 días para llevar 90 kilogramos de una cruz de madera que cargó sobre su espalda durante las semanas previas y este Viernes Santo en la 182 Representación de la Pasión de Cristo en Iztapalapa.
Mientras Jesús intentaba levantarse, la corona de espinas en su cabeza enmarcaba el cansancio y dolor que reflejaba su rostro. A un costado la señora María del Socorro Gutiérrez lloraba al ver en Jesús, en José Julio, a su hijo.
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“Pensaba en mi hijo, lo veía y pensaba qué pasaría si él estuviera ahí, pagando los pecados y los errores de todos nosotros”, expresó entre lágrimas la mujer de 65 años.
Así pagó Jesucristo, quien una hora antes fue sentenciado por Poncio Pilatos a morir a lado de Dimas y Gestas, dos ladrones que acompañaron al nazareno durante su travesía de cinco kilómetros por calles de los ocho barrios de Iztapalapa, donde desde hace casi dos siglos se representa el viacrucis.
Miles de iztapalapenses, turistas y fieles abarrotaron desde las 7:00 horas cada rincón, techo, balcón, banqueta y ventana de las viviendas que se ubican a lo largo de la ruta.

La mayoría de los espectadores capturaban el paso del Rey de los Judíos con su celular, Martina Francisco, de 92 años, utilizaba su único ojo funcional para hacerlo.
“Que nos salve, mi niño Dios. Que nos salve”, dijo convencida de que en José Julio habitaba el cuerpo de Jesús de Nazaret.
Los niños también creían ver de cerca al Hijo de Dios: “Mira, papá, Diosito, Diosito”, y buscaban, en un banco o en los hombros de sus papás tener el mejor ángulo para verlo, aunque los romanos que lo custodiaban poco dejaban ver.

Los fieles, protegidos con una gorra, sombrero o sombrilla, no daban un paso atrás para ver, aunque fuera por unos segundos, el paso del contingente encabezado por un manto con el rostro de Jesucristo.
Cuanto más se desgastaba José Julio Olivares, mayor apoyo recibía por parte de las personas que lo veían: “¡Te amo, Jesús! ¡Sí se puede; sí se puede!”, gritaban por momentos.
Al llegar al Cerro de la Estrella, y tras casi cinco minutos de descansar sobre la pendiente de tierra, el Mesías, como se hacía llamar, fue clavado junto a Dimas y Gestas, cada uno en una cruz de madera, como lo había demandado Poncio Pilatos.
Minutos después, uno de los romanos cabalgó hacia la cruz principal, y con una lanza atravesó el corazón de Jesús de Nazaret, quien dejó caer su cabeza hacia el pecho y cumplió su destino: pagar por los pecados de la humanidad.
José Julio no fue el único que llegó hasta la punta del Cerro de la Estrella, también lo hicieron decenas de nazarenos, quienes desde las primeras horas del viernes cargaron su propia cruz.
Como Santiago Vázquez Trejo, de 16 años de edad, quien por primera vez participó de la conmemoración del Viernes Santo.
“Es un recorrido pesado y más el peso de la cruz. Pero con fe y el propósito por el que salgo es lo que me motiva”, sostuvo.
O como Juan José Rodríguez y Jimena Guadalupe Rodríguez, hermanos de 20 y 16 años, respectivamente, quienes por “tradición familia” y fe llegaron juntos cargando una cruz de más de 70 kilos.
“Llevo ocho años cargando una cruz. Lo hago por manda, por ser fiel creyente”, aseguró Juan José. Con información de Laura Arana