En todos los países democráticos, a lo largo de la historia, es posible ver que los partidos políticos son pro-demócratas o no dependiendo de si están en la oposición o en el poder. La democracia fue pensada para proteger en buena medida los derechos de la oposición, la disidencia, los críticos, las minorías políticas y los gobernados en general, y de ahí los equilibrios institucionales y los contrapesos al poder. Por eso es que los partidos desde la oposición buscan impulsar la democracia que les preservará sus derechos como minoría política y les abrirá la posibilidad de convertirse en gobierno.

Pero por lo mismo, la democracia obstruye y limita en cierta medida a los gobiernos. Por lo cual, una vez en el poder, esos mismos partidos tendrán la tentación de restringir los contrapesos y reducir políticamente a sus rivales si le es posible. El demócrata desde la oposición suele tornarse antidemócrata en el gobierno.

En México, tras una larga hegemonía del PRI, se creó la idea de que los partidos de oposición, que buscaban y luchaban por abrir espacios democráticos, se comportarían desde el gobierno de manera consecuente, e incluso ayudarían a expandir y fortalecer la democracia. Si el PRI accedió desde 1989 a abrir la democracia electoral, fue básicamente por su pérdida de credibilidad, aunada a una presión ciudadana cada vez mayor. Los partidos opositores aprovecharon dicha situación para empujar la democratización electoral.

El PAN había tenido una larga historia de lucha democrática, pero al llegar al poder en el año 2000, no fue tan consistente con esa trayectoria. Descuidó algo que había prometido siempre; el combate a la corrupción y el fin de la impunidad. Y en ciertos momentos, tampoco mostró mucho compromiso con la democracia electoral.

Un claro ejemplo de ello fue el desafuero a López Obrador bajo el gobierno de Fox, que entonces fue tildado de “Traidor a la democracia”. En 2003, PRI y PAN se pusieron de acuerdo para cerrar el paso al PRD en IFE (los responsables de ello, hoy son cercanos a Morena). Y en 2006 el PAN tampoco fue muy consecuente; habiendo exigido la apertura de paquetes en elecciones previas frente al PRI, ahora se negó a ello por temor a perder dicha incierta elección. No hubo congruencia democrática.

El PRD, una vez transformado en Morena y desde el gobierno, quizá algo logre en un aspecto central de la democracia; la lucha contra la corrupción y el fin de la impunidad. Depende cómo lo aborde. Pero en materia política y electoral no queda claro ese compromiso. Clientelas electorales a partir de programas sociales sin reglas de operación; super-delegados que pueden hacer precampaña en sus estados (como en Baja California); embate a instituciones autónomas que estorban. Y no modificará la cláusula de sobre-representación electoral que tanto criticó desde la oposición.

Prolongación anticonstitucional de mandato en Baja California, criminalización de manifestaciones y marchas que antes eran eje de sus acciones políticas. Y la crítica política y manifestaciones pacíficas, antes consideradas como elementos esenciales de la democracia, hoy aparecen como parte de un “golpe blando” para desestabilizar al gobierno de López Obrador.

Todo aquello que se condenaba desde la oposición tiene plena justificación tratándose de Morena (la “Cuarta Transformación” lo vale). Y viceversa, aquello que se defendía con enjundia, ahora se presenta como parte del antiguo régimen autoritario y neoliberal, sin matices, sin cortapisas, para justificar una desproporcionada concentración del poder, que desde luego afecta la democracia.

Profesor afiliado del CIDE.
@ JACre spo1

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