Juchitán.— En medio de la tierra árida, una fila dese extiende a un costado del Centro de Transferencia de Residuos Sólidos, el basurero de esta ciudad zapoteca.

Los sepulcros no tienen cruces ni nombre, y sólo pueden diferenciarse por los números y las letras trazados con pintura en su superficie.

A este espacio se le conoce como anexo del panteón Domingo de Ramos, que se habilitó como cementerio en 2020, cuando la pandemia de Covid-19 golpeó con saña a Juchitán y hubo necesidad de un nuevo camposanto.

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A tres años de distancia, y en medio de una emergencia humanitaria por un desbordado flujo de migrantes, este terreno también es el “Yo Baá”, el lugar de descanso de los extranjeros a quienes la muerte truncó el camino a Estados Unidos.

El de Juchitán no es el único sitio del Istmo de Tehuantepec que se ha convertido en la última morada para migrantes. También en los panteones de Ciudad Ixtepec y San Pedro Tapanatepec, llamados “Yo Baá” en lengua zapoteca, están enterradas personas sin nombre y algunas incluso sin nacionalidad, quienes murieron por enfermedades, en accidentes carreteros o ahogados en aguas del Pacífico o del golfo de Tehuantepec.

Los cuerpos de estas víctimas olvidadas son enterrados por disposición de la Fiscalía General del Estado de Oaxaca (FGEO), instancia que los mantiene en resguardo por un determinado tiempo —dependiendo del estado del cuerpo— y luego son depositados en una tumba sin nombre, de la cual hay un archivo con todos los datos del cuerpo, fotografías y elementos necesarios para ubicar los restos si algún día son identificados.

“Desde 2020, en el anexo del panteón Domingo de Ramos tenemos ocho tumbas o sepulturas de migrantes que nadie reclamó, ni sus familiares”, dice la regidora de Panteones del gobierno municipal de Juchitán, Alma Delia Vásquez Salinas.

La funcionaria municipal explica que las autoridades de sus países no acudieron por los restos y permanecen como desconocidos bajo un folio. “Lamentablemente, no todos traían sus identificaciones, aunque las autoridades ministeriales cuentan con un archivo de sus fotografías”.

La última morada

Desde que comenzó a visibilizarse el fenómeno migratorio, a inicios de los años 80, el istmo de Tehuantepec ha sido paso obligado de los extranjeros de Centro y Sudamérica que buscan llegar a Estados Unidos. Esta franja de tierra se ha convertido en la última morada de decenas de extranjeros. Muchos murieron al caer del tren La Bestia o ahogados en naufragios de precarias embarcaciones en la costa.

En julio del año 2000, por ejemplo, 22 migrantes guatemaltecos murieron en la laguna cercana a San Francisco del Mar cuando su embarcación naufragó. A todos se les enterró en esa comunidad ikoots y años después fueron exhumados y trasladados a su patria.

Siete años más tarde, en octubre de 2007, 11 migrantes, salvadoreños en su mayoría, murieron en las inmediaciones de playa Aguachil, cerca de San Francisco del Mar. Estuvieron sepultados en Juchitán hasta que su país reclamó los restos.

Los nuevos muertos

Desde julio pasado, en el panteón San Pedro de Ciudad Ixtepec descansan los cuerpos de cuatro personas originarias de África, quienes fallecieron en un accidente cuando iban de Niltepec a Juchitán.

Los extranjeros, tres originarios de Burkina Faso y uno de Guinea, fueron sepultados tras una breve ceremonia musulmana y la presencia de amigos y familiares que viajaban con ellos y continuaron su viaje hacia territorio estadounidense.

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Además, de acuerdo con el presidente municipal de San Pedro Tapanatepec, Humberto Parrazales, en el panteón municipal fue sepultado un migrante de nacionalidad desconocida que estaba enfermo.

Otros dos cuerpos están actualmente resguardados en una funeraria del municipio de Santo Domingo Zanatepec, en espera de que sus familiares o consulados los reclamen. Si no lo hacen, su destino será otra tumba sin nombre.

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