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La noche del Viernes Santo avanza lentamente, las calles del centro histórico de San Luis Potosí que marcan la ruta procesional enmudecen ante el paso solemne de las andas, mientras cientos de ojos se humedecen y los hombros de los costaleros se endurecen por la carga.
Entre ellos, está Jorge Camarillo Reyes, un hombre potosino que no sólo lleva el peso de una imagen, sino también el de su historia personal, sus agradecimientos, sus promesas y su fe inquebrantable.
En entrevista para EL UNIVERSAL San Luis, Jorge narra su historia siendo costalero en la Procesión del Silencio de San Luis Potosí, la segunda más importante a nivel mundial. Su inicio se remonta desde hace 23 años cuando siendo apenas un joven, decidió sumarse al grupo de hombres conocidos como costaleros, que ofrendan su espalda y la fuerza de sus hombros para acompañar a la Virgen en su dolor. Actualmente tiene tres años en la Cofradía del Señor del Saucito, aunque su participación ha tenido pausas por motivos laborales y de salud, su compromiso con la fe nunca se ha apagado.
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“He pertenecido a otras cofradías, como la Carmelita y la de la Tercera Caída, pero en el Saucito he encontrado una conexión muy profunda, algo que va más allá de lo físico”, explicó.
Su historia con la procesión comenzó, como muchas otras, por una promesa y siendo apenas un joven.
“En los años que llevo siendo costalero lo he hecho por agradecimiento a un milagro que se me hizo por mi salud, también por manda, para pedir un favor, así que cada vez ha sido distinta, pero con la misma entrega”, recordó.
La palabra de Jorge se transforma al hablar de lo que piensa mientras camina, cargando más de 500 kilos junto con sus compañeros.
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“Mientras vamos en la procesión, siento que voy acompañando a Jesús en su pasión, crucifixión y muerte, al igual que a la Santísima Virgen María en su dolor de madre al ver a su hijo muerto. Es un momento en el que uno se desconecta del mundo, del bullicio, del dolor físico incluso. Lo único que importa es estar ahí”, explicó.
Prepararse con cuerpo, mente y alma
Ser costalero no es un esfuerzo improvisado, durante tres meses, Jorge y sus compañeros se preparan físicamente con disciplina, pues el Viernes Santo son cerca de 4 horas ininterrumpidas con el dolor y el peso a cuestas sobre su espalda: “Practicamos dos veces por semana, cargando una anda de las mismas dimensiones y peso que la original, hay que llegar fuerte, porque el cuerpo resiente todo, desde los pies hasta la espalda.”
Pero la preparación más importante es la espiritual. Con el acompañamiento del padre José de Jesús Piña Arriaga, asesor espiritual de la Cofradía, los costaleros asisten a misas, conferencias, rosarios y retiros en el santuario del Señor del Saucito.
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“Uno llega a la procesión no solo con músculo, sino con el alma fortalecida”, indicó Jorge.
El momento más difícil, admite, es cuando el cuerpo empieza a quejarse: “Hay desgaste físico, claro que sí, como el dolor en los hombros y pies se hace presente, pero en ese momento se olvida el cansancio con tal de cumplir el propósito que es acompañar a Jesús y María en su dolor y con eso hay una fuerza interna, es esa que viene del espíritu y que no se puede explicar.”
El milagro y la tradición
Una experiencia que marcó profundamente a Jorge fue el nacimiento de su nieto.
“Tuvo complicaciones al nacer mi nieto, estuvo un mes internado y en ese tiempo, lo encomendé al Señor del Saucito, al Divino Niño Jesús, al Niño de Atocha y a la Virgen de Schoenstatt y hoy, mi nieto es la alegría de mi casa, salió bien de sus problemas de salud y es un niño fuerte”, subrayó.
Aunque llevaba varios años sin participar en la procesión, algo inesperado lo trajo de vuelta.

“Cuando buscaba iglesia para el bautizo, todas estaban cerradas. Me acerqué a las oficinas de la iglesia del Saucito y un joven me dijo a qué hora abrían. Le agradecí y de la nada me preguntó si no quería participar en la Procesión, me quedé sin habla. Fue como si Dios me estuviera llamando, y yo tardé en responder, pero mi interior me gritaba que sí. Y al final así fue que regresé”, enfatizó.
Para Jorge, describir la procesión con una sola palabra no es difícil: tradición.
“Porque para los potosinos, el Viernes Santo significa acompañar con amor a la Virgen María en el cortejo hacia la crucifixión y muerte de Jesús, y después hacia su sepulcro. Es algo que se lleva en la sangre y que se transmite de generación en generación”, explicó.
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Aunque Jorge reconoce que cada año representa un reto, asegura que, si Dios se lo permite, continuará siendo parte de esta manifestación de fe.
“Lo digo con orgullo: es una bendición pertenecer a la Cofradía del Señor del Saucito, el Cristo de San Luis Potosí. Ojalá pueda hacerlo año tras año.”
Un camino de fe
Jorge describe que su andar y el de los costaleros no sólo deja huella en el pavimento; sino una marca en quienes lo escuchan, porque en su historia no solo está la de un costalero más, sino la de “un creyente que ha aprendido a ofrecer el cansancio, a transformar el dolor en oración y a convertir cada paso en un acto de amor”.
Así mismo comentó que la procesión del silencio no es un desfile, no es una costumbre vacía si no que “es un camino de fe, donde uno se encuentra con Dios en cada esquina, en cada lágrima del público, en cada mirada de consuelo entre los costaleros”.
“Es un recordatorio de que no estamos solos, de que hay algo más grande que nosotros, y de que, por más pesado que sea el camino, siempre hay una razón para seguir”, indicó.
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Mientras cae la noche en San Luis Potosí y las luces de las veladoras titilan con el viento, Jorge se prepara para lo que viene.
Sabe que sus hombros volverán a doler, que sus pies se cansarán. Pero también sabe que su corazón, una vez más, se llenará. Y eso, para él, lo vale todo.
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