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Acapulco, Guerrero.- “Parecía que estaba el diablo afuera, lloraba el viento, ‘jijo’ de la chingada”, recuerda Marcelino Ramírez, empleado de seguridad privada que cubría el turno de la noche en La Quebrada, cuando el huracán Otis llegó a Acapulco.
Don Marcelino, a un mes de la tragedia y sentado en una silla plegable, con el inmenso azul del Océano Pacífico a sus espaldas, al tiempo que el viento rompe en el acantilado y mitiga un poco el bochorno espeso de las 4 de la tarde, asegura que el huracán Paulina, en 1997, fue una caricia en comparación con Otis.
El hombre de 57 años, con pasado clavadista en ese emblemático sitio turístico del puerto, narra que la noche del 24 de octubre se preparó para dar su cotidiano rondín.
“Llovía, sí, pero en menos de una hora empezó a ponerse más canijo, si me hubiera quedado aquí afuera otro rato, porque sí lo pensé, me lleva”, platica, clava su mirada en el suelo sin sombra, con su mano derecha acomoda su gorra café, con la palma de la otra limpia el sudor de su frente, traga saliva y después de un breve silencio imita el ruido del ciclón categoría 5 que esa madrugada alcanzó los 270 km/h.
“Me metí a ese baño -señala hacia un par de cuartitos blancos con las puertas clausuradas con cintas de plástico amarillo- y no supe cuando terminó (…) ya no había comunicación, nomás pensaba en mi familia”, agrega Marcelino, exclavadista “por mandas a la virgen” que desde hace 14 años trabaja en La Quebrada, hoy repleta de láminas retorcidas, vidrios y enormes árboles caídos a la parte inferior de una sirena que se erige en uno de los accesos contiguos a la escalinata.
Asegura que perdió noción del tiempo y del espacio. Sorteando escombros, lodo y charcos logró llegar al Barrio Petaquillas, en donde reside. Ahí se encontró con que el fenómeno natural sólo se llevó las tejas de su baño, que su esposa, sus hijos y nietos se encontraban a salvo y, hace énfasis en el aprendizaje que le dejó esa experiencia, una de las más difíciles de su vida: “con el aire y con el mar no puedes ponerte al tú por tú”, concluye después de hacer la señal de la cruz y besar las puntas unidas de sus dedos pulgar e índice.