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Parácuaro.— Adrián Alejandre Chávez es párroco de la iglesia de la Asunción en el municipio de Parácuaro, Michoacán, ubicado en el corazón de la Tierra Caliente, donde la violencia va en aumento por la guerra entre los cárteles Jalisco Nueva Generación, Los Caballeros Templarios y Los Viagras.

Esa lucha armada ha generado que las comunidades de Maravatío, El Tepehuaje y Ordeñitas se convirtieran en pueblos fantasma por el desplazamiento de familias enteras que temen quedar entre el fuego cruzado de la lucha criminal.

El reto de la Iglesia en ese sentido es mayor, describe el también integrante del Tribunal Eclesiástico, pues reveló a EL UNIVERSAL que es un desafío sacarles de la cabeza a los niños la arraigada idea de ser sicarios.

¿Cómo se predica en una zona de conflicto entre cárteles?

—Nosotros siempre tenemos que decir la verdad, le duela a quien le duela; les parezca o no le parezca, porque tenemos un modelo; ese modelo es Cristo. Él nos enseñó a no amedrentarnos frente a los ataques del enemigo, pero otra cosa es que imprudentemente se vaya uno a exponer. Tenemos que trabajar y hablar de lo que creemos, de lo que estamos convencidos, pero con la debida prudencia.

Desde hace dos meses en nuestro pueblo, en el auditorio municipal, se establecieron algunas personas del Ejército mexicano: dos camionetas han estado aparcando ahí y la gente se ha sentido un poco más segura. Pero aproximadamente a unos 10 o 15 minutos están unas comunidades que se llaman las Ordeñitas, Maravatío y Tepehuaje, donde aparentemente hay un conflicto [armado] de control de territorio.

Desconozco con precisión quiénes son. Lo que sí conozco, y me consta, son los enfrentamientos que se dan de un grupo de aquí del pueblo con otro grupo que no sé quién es, de dónde viene y qué pretenda, pero los afectados son los feligreses, las personas que han sido desplazadas.

Me da tristeza que ahorita tenemos la Semana Santa y ya teníamos a los misioneros que me iban a acompañar a esas comunidades; los voy a tener que mover a otras, porque no pueden subir. Aparte de que se tiene temor, para qué los vamos a exponer. Ellos me llamaron [me dijeron] que van a organizar sus ritos para Semana Santa, sobre todo Chonengo, Orapóndiro; en Tepehuaje, Maravatío y Ordeñitas no va a haber nada porque no hay ni gente.

El año pasado también me tocaron en junio y julio los enfrentamientos aquí en el pueblo. Fuimos testigos de situaciones muy difíciles.

Me tocó también en la Catedral de Apatzingán, cuando incendiaron el Palacio Municipal, ataques muy duros armados y en la misma ciudad, en el centro, andaban camionetas de gente armada. Después vino lo que muchos de ustedes conocen [el ingreso de las autodefensas]; me mandan a Parácuaro y [estuvo] más tranquilo por unos meses, cuando empecé a ver las primeras camionetas y ya evidentemente sin taparse las armas. Se dejaban ver, se mostraban. Ahí comenzó el conflicto entre ellos hasta mayo-junio [del año pasado], que comenzó la entrada de más gente para tomar el control de aquí.

¿Cómo aborda usted estos temas ante los fieles?

—Yo siempre en la Eucaristía, a la hora de la oración universal, siempre pido por la paz. Siempre les digo a estas personas [criminales] que no somos nadie para juzgarlas, pero ante la justicia de Dios nadie va a escapar. Siempre les digo a los feligreses: pidamos por nuestros hermanos que se dedican a la violencia; que les llegue la conversión.

Imprudentemente atacar a tal persona o a tal grupo, nunca lo menciono, pero sí les digo que nunca vamos a comparar el tipo de vida logrado por la violencia, las tinieblas y el pecado, con una vida de tranquilidad; de ver a todos a los ojos, de levantarse teniendo lo indispensable, teniendo un poco más y dormir tranquilo. No se pueden comparar los dos tipos de vida.

¿Cómo hablar a los niños del tema de la violencia?

—Hay muchos niños que incluso anhelan ser sicarios porque les han metido la idea de andar en el ambiente materialista del mundo. Los ven a ellos con buenos vinos, buenas ropas, en camionetas último modelo. Se dejan embaucar por ese tipo de vida.

A los niños les decimos: “No sólo vean eso. Vean a todos los que estamos enterrando, todos los que estamos celebrando misa, los pequeños que están siendo asesinados, los que están drogados y están causando problemas”. Estamos dándole por ahí.

La solución de este problema no está tanto en una estrategia gubernamental, pero está en las familias, porque si a unos niños se les educa con valores, cuando crecen jamás se van a dejar corromper, pero si desde niños los papás ven que se robaron unos lápices en la escuela y los ayudan, desde ahí lo estamos fomentando.

Queremos trabajar con los niños y la familia, ahí está la solución. Claro, ayuda lo que hace el gobierno y está obligado a hacer, pero agarran a los cabecillas, los meterán a la cárcel y esto seguirá. Seguirá lo mismo si no cambiamos el tejido social. Esto que se maneja y está hasta como eslogan en todos lados: estamos descuidando la familia.

¿Cuál fue el momento en el que sintió más miedo?

—Más que miedo creo que sentí impotencia. Fue el año pasado cuando se me hacía increíble cuando estaban tantas balaceras aquí y venía la policía y se daba la vuelta y se regresaba. Confieso que muchas personas me dijeron: ‘Padre, tiene que tocar las campanas. Le vamos a decir a los soldados que no se vayan, al Ejército’, porque en la noche eran balaceras aquí, casi durante un mes.

Me sentía atado a ayudar a toda esta gente. Yo tuve que comunicarme con el obispo, quien me decía que se comunicaba con los secretarios de seguridad del estado. Venía el gobierno, comandantes, llamaban a uno y le decían que estaban al pendiente, venían a tomarse la foto, pero no cambiaba la situación.

Ahorita siento tristeza. Ustedes son testigos de estos ranchitos donde no hay nadie. ¿Qué se va a hacer con la escuela, el catecismo, la vida normal de estas personitas? Hay tres, cuatro ranchos fantasma.

¿Ha sido amenazado?

—Nunca he sido directamente amenazado. Me han llegado rumores. El año pasado, en junio-julio, me mandaron decir que no tiene uno que hablar, porque el tipo de grabación que se transmitió por redes sociales se lo pasaron [a los delincuentes] porque quería yo animar a la gente. Un comentario de que no teníamos que hacer eso, pero muy amablemente, que ellos iban a ser respetuosos. Me habrán detenido dos o tres veces, pero lo más amable posible, nunca una agresión ni nada.

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