Mérida.— El oficio de ser cartero prácticamente lo lleva en la sangre, pues su abuelo y su padre trabajaron en esa actividad y ahora, 19 años después, Eduardo Uicab García asegura que el repartir correspondencia, interactuar con las personas y lidiar con los problemas propios de la entrega es parte de su vida, a tal grado que espera seguir en esa actividad hasta jubilarse.

Entrevistado antes de que iniciara su jornada laboral, Lalo —como le dicen sus compañeros—, lamenta que debido al internet y la era tecnológica, el servicio postal sea una opción que cada vez usa menos la gente.

Mientras se alista en la oficina de correos al norte de Mérida, considera que el envío de cartas entre particulares ha descendido entre 85% y 90%, ya que la mayoría de la gente usa redes sociales y actualmente lo que más reparten son paquetería y documentos de instituciones bancarias o empresas.

“Las cartas directas de persona a persona son las menos; las que llega a haber son de personas que radican o está por alguna razón están en el extranjero”, afirma.

El oficio de ser cartero es para Eduardo no solamente su medio de sustento para su esposa Pamela y su hijo de 11 años, sino que es el continuar con la tradición familiar: “Lo que mis abuelos y padres hicieron; lo que desde niño vi y aprendí”, dice con orgullo y recuerda que siendo un menor, su padre lo llevaba a repartir correspondencia en bicicleta.

Lalo comenta que tanto él como los otros 71 carteros que laboran en las oficinas postales de Yucatán se sienten preocupados y con incertidumbre porque no saben qué pasará a partir del 1 de diciembre cuando tome posesión el próximo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, pues —comenta— hay versiones de que se desaparecería el servicio.

“Qué pasará con nosotros, dicen que vienen muchos cambios; hay incertidumbre, todos quieren cuidar su trabajo”, precisa.

Lo bueno y lo malo. Uicab García cuenta que lo mejor de ser cartero es el contacto que logran tener con la gente, puesto que les permite que ya les conozcan y les hablen por su nombre. “Es muy bonito eso, porque la gente nos conoce y hasta nos ve con afecto”.

Dice que así como hay cosas buenas en el trabajo hay otras que son un pesar. “Por ejemplo, los perros callejeros o los de las casas que a veces se nos avientan o nos persiguen al andar en la motocicleta”.

Relata que en una ocasión un enorme can lo alcanzó y le provocó una herida en la pierna, aunque nada grave, “cosas del oficio, ahora sí que ni el uniforme respetan”, dice en son de broma.

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