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Juchitán de Zaragoza

Las lagunas del Golfo de Tehuantepec están muriendo. Sin salida al oceáno, sus aguas se asfixian entre desechos y descargas residuales. Su agonía es compartida por 12 mil pescadores que realizan capturas de peces, camarones y jaibas en la superficie acuosa de 61 mil hectáreas que forman las lagunas Superior e Inferior. Algunos están organizados en cooperativas, otros son libres.

La mayoría usa lanchas y trasmallos (paños de redes superpuestos). Los menos son conocidos como “pescadores de a pie”, que usan redes, pero no tienen equipos de motor. Todos están preocupados porque viven el peor momento para la pesca que recuerden. Dicen que en los últimos 15 años el volumen de captura no hace más que descender, en detrimento de una economía familiar que ya no soporta la agonía.

Los pescadores que realizan sus labores en estas lagunas pertenecen a distintos municipios del Istmo, como Unión Hidalgo, Santa María Xadani, San Pedro Huilotepec, Juchitán y los pueblos del Mar: San Dionisio y San Mateo. Y viven esperanzados en la llegada de un programa de restauración que salve el complejo lagunar.

Anselmo López Villalobos, dirigente de la industria pesquera de alta mar y ribereña en Oaxaca, explica que, de acuerdo con diversas investigaciones, la muerte de las lagunas del Golfo de Tehuantepec y la caída de la producción pesquera es multifactorial. Se debe tanto al cierre de la boca barra que comunica a las lagunas con el Océano Pacífico, como a la elevada contaminación producida por las aguas negras que desembocan en el área.

Agoniza la pesca en el Golfo de Tehuantepec
Agoniza la pesca en el Golfo de Tehuantepec

Con las manos vacías

Juan Alberto Rojas Toledo es un joven pescador que vive en Playa Vicente, Juchitán. Llegó de San Dionisio del Mar, donde aprendió a convivir con el mar y la pesca. No oculta su desesperación porque a diferencia de hace 16 años, cuando inició, en los últimos días ha regresado de la captura de mariscos con la lancha vacía.

Martes 18 de junio. A las cuatro de la tarde, Juan Alberto cargó 60 litros de gasolina para la lancha, por lo que pagó 700 pesos, y partió al mar junto al motorista que es su patrón. Regresó decepcionado y molesto a las siete de la mañana del día siguiente. No capturó ni un sólo kilo de “escamas”, como le dice a los peces. La laguna ya no da ni para sobrevivir, suelta resignado.

Entre la noche del domingo y la madrugada del lunes 17, Juan Alberto tuvo algo de suerte: capturó 10 kilos de mojarra. La pesca ya no es como antes, explica. Hace 16 años capturaba cada noche como 100 kilos de “escamas” entre lisas, robalo, yolo, pargo y curvina, y entonces la gasolina no estaba tan cara. Ahora, ni en la época de los vientos aparecen los peces.

A la orilla de la laguna, bajo un techo de cemento, el calor sofocante provoca el sueño. La arena quema los pies descalzos y no aparece ni una pizca de brisa o viento que refresque. Las hojas de un viejo mezquite apenas se mecen. Hace días que no llueve en Playa Vicente, el calor aumenta la salinidad del mar y baja su nivel. Por la sequía, desde hace siete años la boca barra de San Francisco está desbordada con arena.

Para José Alberto, en el cierre de la boca barra está una de las muchas razones que provocan la drástica reducción en el volumen de captura de peces en los dos sistemas lagunares. Si la boca barra se abre y se desazolva, entrará agua del Pacífico, se oxigenará la laguna y entonces la medusa, que se come los huevecillos y las larvas, regresará al mar vivo, proyecta el pescador.
Sin opciones

Es mediodía del miércoles 19. Con el sol arriba de la cabeza, funcionarios de Desarrollo Sustentable y de Pesca de Juchitán, como Marcos López Sánchez y Francisco López Regalado, se suben a la lancha conducida por Jesús Hernández Regalado, presidente de la sociedad cooperativa Che Cata de Playa Vicente y parten mar adentro en busca de peces.

Dos horas después regresan con las manos vacías. Mar adentro, explican, lanzaron un trasmallo de 245 metros de largo por un lapso de media hora.

“No atrapamos ni un pez, pero eso sí, la red estaba inundada de medusas”.

“La medusa se come”, explica otro de los presentes, quien de inmediato le quita la flor o corona y empieza a morderla. Después, la parte en tiras, las mezcla con limón y sal, y la comparte.

“Sabe a calamar”, señala el pescador Francisco López, quien también labora en la oficina municipal de Pesca.

Por diversos medios, y a falta de peces, los pescadores de las lagunas Superior e Inferior han tratado de comercializar la medusa para aprovechar su alto valor comercial.

“Nadie nos quiere dar el permiso, aunque sabemos que nuestros compañeros de San Mateo del Mar la comercializaron hace algunos años con los chinos”, dice Anselmo López Villalobos.

Ni para comer

La vida de pescador es más difícil si no eres dueño ni de la lancha para trabajar, coinciden Juan Alberto y Francisco. El pescador de Playa Vicente, por ejemplo, dice que no es dueño de la lancha, por eso a cambio de usarla para atrapar 10 kilogramos de pesca, en sus noches “de suerte”, el patrón le regala dos piezas. En el caso de Francisco, aunque trabaja en la oficina municipal de Pesca, por las noches y hasta las dos de la mañana, se mete a pie a la laguna de la Santa Cruz de los Pescadores. No tiene lancha, trabaja con la atarraya en las manos y con el agua hasta la cintura.

“Antes agarrábamos cinco kilos de camarón por día; ahora, apenas si regresamos con dos kilos cuando nos va bien, porque hay noches que puro desvelo y no sale ni para comer y menos para vender”, comenta Francisco mientras prueba una enorme lisa horneada a orillas de la playa, tras el recorrido que terminó con las manos vacías.

Ante esta situación, los pescadores quieren que las autoridades municipales gestionen ante el gobierno federal una declaratoria de emergencia para que les den oportunidad de comercializar la medusa.

También piden que se rehabiliten las plantas de tratamiento de los municipios que descargan su drenaje en la zona lagunar y para que se convenza a los pescadores de San Francisco del Mar de desazolvar la boca barra. De lo contrario, aseguran, la opción es esperar la muerte lenta de las lagunas y de su forma de vida. EL UNIVERSAL Oaxaca

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