Es un infortunio para el país que una crisis exterior se combine con una hemorragia política interior y con una fragilidad de las finanzas públicas. Con uno de los tres componentes tendríamos bastante para quebrarnos la cabeza. Mientras se despejan los alcances del discurso proteccionista de Trump, es crucial poner todo nuestro empeño en un firme propósito de enmienda nacional. Si tuviese que elegir cuál es el problema más apremiante del abanico de conflictos que enfrenta el gobierno elegiría atajar la hemorragia política que sufre la administración mediante un cambio en el paradigma presupuestal.

Sé que el frente externo, con un Trump amenazante es lo suficientemente grave como para concentrar toda la energía política en él. Hoy lunes tendremos un anuncio importante en materia de política exterior y ya valoraremos sus alcances. Grave también es el problema de inseguridad que sigue desafiando a las autoridades. Por supuesto la sensación de impunidad crece por la manifiesta incapacidad del gobierno para castigar a los gobernadores corruptos.

Pero es el incremento de las gasolinas y su manejo político, que como es sabido han generado un severo problema social (y viene el aumento de febrero y marzo) el que ha dejado al descubierto una verdad incómoda y es que la solidez macroeconómica parece pender de un hilo. La reacción gubernamental de jugarse el resto por un problema de 200 mil millones (que es un monto menor al total de los recortes anunciados el año pasado) ha llevado a muchos sectores a preguntar si el manejo presupuestal de los últimos años ha sido tan serio como proclamaban.

El deterioro de la confianza pública en las instituciones, sin embargo, me parece el más delicado de todos. Las instituciones y el rumbo del país no cesan de deteriorarse. La secuencia de encuestas que nuestro diario ha publicado, permiten ver con claridad que la desaprobación presidencial y el rumbo del país empeoran sistemáticamente desde 2014.

Si el deterioro se circunscribiera al gobierno vaya y pase, que cada quien haga sus apuestas, pero lo que está en juego es más importante y es la capacidad de confiar en cosas tan elementales (pero al mismo tiempo tan fundamentales) como el manejo aséptico de la economía y de las cifras. Cuidado. En esta crisis hemos visto que buena parte de la información que se deriva del presupuesto es vagamente indicativa, que los recortes no solamente no se efectúan, sino que al final, en la cuenta pública, nos enteramos que el presupuesto sigue creciendo. En consecuencia, la deuda y los impuestos no paran de alimentar (sin saciarlo) a ese animal llamado el presupuesto. Éste ha pasado en 15 años de poco más de 1 billón de pesos a cerca de 5 billones sin ofrecer a cambio mejores servicios públicos o una mejor infraestructura. Gastamos más que nunca y estamos igual que siempre, tenemos una deuda cercana a 50% del PIB y no vemos ferrocarriles, puentes de concreto, plateados graneros, buenos gobiernos, pagamos más impuestos que nunca (hasta en los refrescos) y no estamos seguros de conseguir la universalización de la cobertura sanitaria o mantener una política social financieramente sustentable. Deprimente. El discurso tremendista por el que optó el gobierno ha tenido un impacto demoledor en el ánimo de un país que en 25 años había dado por hecho que el manejo macroeconómico estaba blindado y que habíamos alejado para siempre la tentación de usar el dinero público para perpetuar a un grupo político en el poder. Ya hemos visto que pactos cosméticos no resuelven nada, hace falta claridad, transparencia y ánimo político para cambiar esa trayectoria funesta de un presupuesto que no deja de engordar sin ofrecer resultados.

Analista político.

@leonardocurzio

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