Hay fechas que por su relevancia se invocan con sólo el día y la inicial del mes. Ese es el caso del próximo viernes 20 de enero, cuando Donald Trump tome posesión como Presidente de los Estados Unidos y todos los malos augurios, construidos a base de mensajes breves y discursos, empiecen a cobrar forma concreta. La ominosa figura de Trump, que ha hecho de México su villano favorito, ha amenazado con que de inmediato iniciará la construcción del muro y desplegará medidas en contra de los inmigrantes, sobre todo mexicanos.

De todos las ofensas que ha lanzado Trump hacia nuestro país, la más lacerante es el racismo, porque no puede enfrentarse con estrategias o negociaciones políticas, diplomáticas y/o comerciales. El racismo toca y alienta resortes sensibles y ocultos, que una vez que obtienen permiso para expresarse abiertamente, como en este caso, se despliegan con toda la carga del odio contenido bajo el discurso no sólo de lo políticamente correcto, sino de la defensa de los derechos humanos que creíamos arraigada en la sociedad norteamericana. Es muy extensa la población mexicana objeto de la ira racial y xenófoba en curso y, aunque está compuesta por 11.5 millones de personas que nacieron en Estados Unidos y son descendientes de mexicanos; 11.7 millones de nacidos en México, de los cuales 6 millones están en situación irregular, además de los 10.5 millones que tienen una herencia cultural mexicana, el repudio discriminatorio no distingue entre unos y otros, el blanco es el inmigrante.

Frente al temor que provoca el odio desatado, vale la pena tomarle la palabra a Conapred para construir un discurso que, más que reaccionar con insultos y denuncias, se centre en rescatar el valor económico social y cultural que tiene la comunidad latina y en particular la nuestra para la sociedad norteamericana.

Todos sabemos que buena parte de nuestros inmigrantes se ocupan en actividades del campo y los servicios. De acuerdo con los datos para 2015 del Bureau of Labor Statistics, la población latina ocupa 28.5% de los empleos en la industria de la construcción y 18% de la producción agrícola y pesquera proviene de su trabajo. En el mismo sentido, 38.3% de quienes trabajan como empleados domésticos son de origen latino o hispano y 28% de quienes cuidan a las personas adultas mayores o con discapacidad son inmigrantes mexicanos o centroamericanos. Pero la presencia de nuestros connacionales no se reduce a los trabajos del campo y a las labores que requieren bajos niveles de capacitación laboral, sino que ya se encuentran en las estructuras tanto de gobierno, como profesionalizadas. De ahí que 172 mil 153 personas de origen latino sean empleadas del gobierno y 1.5 millones sean profesores que enseñan en escuelas y universidades y 13.1% de las ocupadas en campos de alta especialización como la ingeniería aeroespacial. Además, más de 100 mil migrantes mexicanos poseen su propia pequeña empresa, lo que representa 12% del total. Incluso la población de los indocumentados contribuye con 11.6 millones de dólares en impuestos locales y estatales y es un mito que el grueso de su salario se destine a remesas, pues dicha población gasta 87% de su salario en el vecino país y sólo el resto (13%) se envía a sus familias en México.

En los días previos al 20E, han empezado a desarrollarse marchas y manifestaciones a favor de los derechos de los migrantes mexicanos y latinos y está programada una megaconcentración ese mismo día en la capital del país. Insistir en subrayar las cifras duras de lo que su trabajo aporta a la vida económica y social de EU es, sin duda, una herramienta útil para empoderar a una población que hoy es más vulnerable que nunca.

Académica de la UNAM.
peschardjacqueline@gmail.com

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