La semana pasada escribí en este espacio mi parecer sobre la Comisión que el jefe de Gobierno nombró para hacer un proyecto de Constitución para la recién creada Ciudad de México. Dije que sus miembros son todos brillantes, expertos en sus materias y lo mejor de todo: progresistas.

Y sin embargo, en ese mismo artículo propuse que debían tomarse en cuenta otras voces y quisiera explicar un poco más el porqué de esa propuesta.

En nuestro país siempre han sido grupos pequeños de intelectuales progresistas los que construyeron la nación, crearon sus leyes y sus instituciones. Separarse de España fue idea y obra de un grupo así, del que formaba parte el cura lector Miguel Hidalgo.

Medio siglo después, quitarle parte de su poder a la Iglesia fue obra de unos cuantos liberales encabezados por Benito Juárez. Y la idea de la Revolución también partió de ilustrados como Madero.

En el último cuarto del siglo XX, grupos de intelectuales consiguieron llevarnos por el camino de la democracia y de exigir el respeto a los derechos humanos, la transparencia y rendición de cuentas y la libertad de expresión.

Por eso fue que Amado Nervo afirmó que en México “la decisión progresista de una minoría nos hizo avanzar y gracias a ellos tenemos Constitución liberal, independencia de Iglesia y Estado, la enseñanza oficial laica, ferrocarriles y telégrafos y… hasta la República.”

Que así hayan sido las cosas lo agradecemos quienes creemos que esa ha sido la mejor forma de ser para el país. Pero también sabemos que no siempre dejar las cosas en manos de grupos pequeños conduce al bien. Toda la obra de la premio Nobel de Literatura 2015, Svetlana Alexievich, consiste en mostrar el horror que puede significar eso: la utopía de crear una sociedad comunista se consiguió con base en colectivizaciones forzosas, deportaciones masivas, fusilamientos, desapariciones. Durante setenta años los ciudadanos soviéticos tuvieron que aguantar y callar. Y no es por supuesto, el único caso.

En México, afortunadamente no hemos llegado tan lejos, pero sí hemos visto lo que pueden hacer los grupos pequeños cuando acceden al poder. Por ejemplo, vimos que un grupo consiguió que se hicieran leyes avanzadas respecto a las mujeres y a sus derechos y luego llegó al poder otro grupo que las echó para atrás. Fue así que el aborto se convirtió en homicidio y la mujer que lo lleva a cabo es castigada con cárcel. O se persigue a personas de religiones o sexualidades diferentes, e incluso se llega a situaciones tan absurdas como cuando se impidió el uso de la minifalda en oficinas públicas de algunos estados.

Aquí hemos tenido grupos pequeños que han controlado la educación, las empresas estatales y los medios de comunicación, y hemos visto que su acción ha afectado al país a veces para bien, a veces para mal.

Entonces, ese es el peligro. Hoy son grupos progresistas y laicos los que forman la Comisión del jefe de Gobierno, pero mañana pueden ser lo contrario.

Y por eso, para evitarlo, es que tenemos que involucrar a los ciudadanos de todas las ideologías, religiosidades, situaciones económicas y sociales, culturas y modos de ver el mundo en la preparación de las leyes y proyectos y en la creación de las instituciones. Como ya lo dije: no escucharlos, sino que sean partícipes en toda plenitud.

Esto mismo vale para otras comisiones que se forman: desde el Grupo Interdisciplinario de expertas y expertos independientes hasta la que va a decidir sobre el nuevo edificio construido en la UNAM.

Con mucha dificultad hemos construido esta democracia que tenemos y si queremos completarla y mejorarla es fundamental incluir al otro, aun al que no piensa como yo. Solamente entonces los logros serán definitivos y no sucederá que cuando otro grupo se haga del poder eche para atrás lo conseguido. Solamente si el resultado es de todos, todos lo defenderán y cuidarán.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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