1. Las sospechas cundieron como pequeños hongos, venenosos, acá y allá.

¿Por qué la Güera, su esposa, llegaba de la oficina a casa, muy noche, y con esa cara radiante de felicidad? ¿Por qué de pronto la enviaban tan seguido a trabajos especiales a Cuernavaca, por largos fines de semana?

Y ese reloj nuevo, de oro macizo, ¿de verdad de pronto su compañía regalaba incentivos así de generosos? ¿Solo porque la Güera había capturado la cuenta de ese Senador gordo y corrupto del PRI?

Lo que ya era insoportable, era el logo del PRI en bajo relieve en la carátula de oro del reloj que La Güera usaba a diario tan felizmente. Desde adolescente la Güera había sido una anti-priísta rabiosa, como cualquier universitario decente que quería extirpar las hierbas malas de la corrupción del país.

2. Y sin embargo, no es una prueba irrecusable de traición.

Se lo dijo así mismo el marido mirando el odiado logo del PRI impreso en el oro de la puta carátula del puto reloj. Y lo colocó otra vez en la mesa de noche, un instante antes de que la Güera surgiera del baño, envuelta en una toalla azul celeste, con una sonrisa gloriosa y un anuncio:

—Mi vida, tengo que ir a Cuernavaca este fin, a trabajar.

La toalla cayó al piso y la desnudez de la Güera se elevó como una flama blanca.

3. —Es su modus operandi —le dijo el periodista al marido.

Gordo y todo, el Senador era un mujeriego. No se le iba viva ninguna mujer bonita e inteligente que le cruzara en frente. Se calculaba que había fornicado al menos con 450 mujeres extraordinarias en su larga carrera de depredador político y sexual.

Ya que detectaba a una, la contrataba para cualquier bagatela, a cuenta del erario. La llenaba de regalos, a cuenta del erario. La invitaba a Cuernavaca, donde tenía una suntuosa casa de campo, a cuenta del erario, y donde le tomaba fotos, en varias etapas de desnudez.

El marido no lo pudo evitar. Ahí en la terraza soleada del Starbucks, el dolor lo dobló sobre sí mismo, y empezó a lagrimear y a sollozar.

—¿Pero por qué siempre se mete con mujeres casadas?

El periodista se inclinó para verter más veneno en su oído:

—No solo casadas, amigo —lo corrigió. —Felizmente casadas. Porque es perverso el desgraciado. Lo que disfruta es robar: tomar a una mujer que alguien ya hizo feliz. Y destruir a quien la hizo feliz, le agrega el placer moral de saber que el mal vence a la bondad.

—Pero mejor déjalo ser—le advirtió el periodista, ya a las puertas del Starbucks, cuando se despedían. —Es demasiado poderoso y astuto como para que un tipo decente como tú lo enfrente. Sobre todo, será más poderoso a partir de este fin de semana, en que el PRI lo lanza a la Presidencia de la República.

Y ya al momento del apretón de manos del adiós, el periodista le rogó:

—De veras no hagas nada, amigo. Mira, es más, te lo aseguro: la Güera te es fiel y solo es una relación de trabajo, como ella te dice.

4. Pero el marido decidió disipar sus tortuosas dudas, ese mismo fin de semana.

Viajando a Cuernavaca, la carretera se le metía en el corazón como una daga interminable, y los anuncios espectaculares a su vera, con la cara del Senador gordo y la promesa Por un país honesto vota PRI, lo golpeaban cada 5 kilómetros, verídicas bofetadas morales.

Estacionó a una cuadra el automóvil. Se puso un pasamontañas negro y lentes negros y un impermeable negro, para esconderse.

No resultó muy buen escondite: al caminar por la acera en el calor de la tarde, notó que los paseantes, todos en shorts y sandalias, lo miraban con gran curiosidad.

Por fin se apostó tras el grueso tronco de un tulipán centenario, a esperar.

5. Luego de una hora, llegó una camioneta gorda de la que bajó el gordo Senador, que entró a pie y por una puerta estrecha a la casa.

Diez minutos más tarde, llegó el Passat blanco manejado por la Güera, e increíblemente las puertas del garaje se abrieron para dejar pasar al automóvil.

Lo vio por una ventana del segundo piso: el gordo candidato a la Presidencia de la República entró al dormitorio y se quitó el saco negro y la corbata roja y se desabotonó la camisa enteramente.

La Güera, su Güera, la Güera de toda su vida, su Vida encarnada en Güera, la mujer más guapa y brillante y honesta del planeta Tierra, entró al mismo maldito dormitorio.

Entonces el Senador le entregó algo. Un paquete. ¿Qué era

El marido sacó del impermeable los binoculares y miró por ellos.

Un oso de peluche. Un Winie Pooh de peluche. Un pendejo animalito falso de peluche. Que la Güera, que odiaba los animalitos de peluche, recibió ¡RIENDO!

Se abrazó al árbol, el esposo. Las piernas se le doblaban. El corazón le latía como un tambor. La Güera de su Vida había perdido todo sentido ético y peor, estético.

Y entonces, el miserable panzón priísta en camiseta se acercó a la ventana, jaló un cordón, y con un ¡clac! las persianas cayeron y le eclipsaron la visión.

—¡Carajo! —dijo en voz alta el esposo espía.

Nunca sabría la verdad. Se quedaría en la duda, eternamente.

6. O no, se dijo de pronto a sí mismo, apretando el volante con ambas manos, resistiendo las bofetadas sucesivas de los espectaculares con la cara bofa del candidato del PRI a la Presidencia de la República y la oferta Por un país honesto vota PRI.

No: el próximo fin de semana volvería a estar ahí, tras el tronco del tulipán, atento a una prueba definitiva de la traición. Y el próximo fin de semana igual. Y el próximo.

Hasta saber con certeza si lo engañaban o se le volviera una cultura pasar los fines de semana espiando y rabiando y dudando detrás de un tronco de árbol. Lo que sucediera primero.

Porque el pueblo que no se atreve a reconocerse como ultrajado, todavía no está preparado para liberarse de quien lo ultraja.

Bertolt Brecht.

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