Uno de los aspectos más interesantes de la especie humana es su complejo comportamiento social, que se apoya en diversas estrategias de interacción y comunicación —naturales y culturales—, entre las que se incluyen una serie de mecanismos biológicos que reflejan, de una u otra manera, la vida interna emocional de los individuos, como por ejemplo: la risa y el llanto.

De estos últimos, aquí nos ocuparemos del segundo. La risa, a grandes rasgos, puede definirse como una expresión vocal no verbal que suele comunicar afecto, empatía, e intenciones cooperativas (aunque también puede usarse de forma amenazadora, o para engañar y confundir).

Pese a lo que suele pensarse, la risa no es una característica exclusiva del Homo sapiens, sino que es un rasgo que compartimos con chimpancés, bonobos, orangutanes y gorilas —nuestros parientes más cercanos—. De hecho, de acuerdo con un estudio realizado en la Universidad de Medicina Veterinaria de Hannover, Alemania, el origen evolutivo de la risa puede rastrearse hasta hace entre 10 y 16 millones de años. No obstante, la razón por la que esta característica se ha preservado a lo largo de nuestra historia evolutiva y su función específica en las sociedades modernas siguen siendo un misterio. Una de las razones es que, tradicionalmente, la risa se ha estudiado en individuos de forma aislada o entre individuos de un mismo grupo, lo que reduce el horizonte de comprensión del fenómeno; sin embargo, un nuevo estudio publicado en los Proceedings of the National Academy of Sciences en marzo de este año, a cargo del psicólogo Gregory A. Bryant y su equipo, de la Universidad de California, analiza por primera vez los juicios de un tercero hacia un grupo de personas que ríen.

En su experimento, los investigadores pidieron a 966 personas de 24 culturas diferentes que juzgaran la relación social de diversas parejas de amigos y extraños con base en las características acústicas de su risa compartida; y encontraron que en hasta 67% de los casos los individuos podían distinguir entre extraños y amigos, aun sin conocer el contexto ni el idioma en el que las parejas se comunicaban.

De acuerdo con Bryant, los resultados del estudio sugieren que la risa podría indicar a los escuchas la relación social de quienes ríen, permitiéndoles así evaluar mejor la situación. Para nuestros ancestros, comprender a la distancia las relaciones de un grupo de individuos de manera casi instantánea significaba una ventaja para el éxito social y material, ya que los individuos aliados son enemigos temibles, por su fuerza conjunta; pero, al mismo tiempo, ofrecen protección a quien se integre de manera exitosa.

Conforme las sociedades humanas se hicieron más complejas, contar con formas confiables de comunicación para el establecimiento de alianzas se volvió cada vez más importante para la supervivencia y la reproducción, siendo los individuos con mejores habilidades sociales los que transmitieron sus características a la siguiente generación. Esto explicaría por qué mecanismos como la risa se conservan en los seres humanos modernos y juegan un papel tan relevante en las relaciones sociales.

Estudios como el de Bryant y sus colegas nos ayudan a comprender mejor las características de nuestra especie desde la perspectiva evolucionista, lo que en última instancia es una forma de comprender en qué radica aquello que nos distingue y hermana con otras especies.

Rosaura Ruiz es directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM,

y Eva Hernández es bióloga por la misma Universidad, donde cursa el posgrado en Filosofía de la Ciencia

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