Para Jesús Silva Herzog Márquez
y su familia, con mi abrazo fraterno

Eran como las nueve de la noche de un día de los ochenta cuando llegué al restaurante de moda en Acapulco. Él ya se iba solito con su esposa en un jeep alquilado. —¿Cenaron temprano, secretario? —No, fíjese que no hay lugar, Ricardo, me saludó sonriente —Deme por favor un minuto —Oiga, no se moleste. Así que me introduje rápidamente y encontré a mi cuate el gerente. —¿Ya sabes a quién acabas de mandar al carajo? Es Silva Herzog, el secretario de Hacienda. Por poco le da un infarto. Total, que les instalaron una mesa con vista al mar, por supuesto.

Unos meses antes lo había entrevistado sobre las medidas draconianas a que nos estaba obligando para sobrevivir a una nueva crisis. Remedios amargos pero que como médico de emergencia nos empujaba a todos. —¿Qué se siente ser el malo de la película?, le pregunté; a lo que respondió con una estentórea carcajada para añadir con su voz de bajo profundo: “Lo de malo ya ni modo, es el papel que me tocó; espero por lo menos no ser tan antipático”. Curioso, la prueba de su sencillez y carisma la tendría tiempo después en aquel espontáneo episodio de Acapulco.

Tal vez por eso aceptaba con humildad lo de Diamante, dada su brillantez en el debate, y lo de Negro, con sentido del humor debido al color de su piel. Hombre nodal de una estirpe de orgullo hacia atrás y hacia adelante. Su padre, don Jesús Silva Herzog, fue el economista clave para precipitar la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas e incluso autor de aquel discurso histórico del 18 de marzo del 38. Su hijo Jesús Silva Herzog Márquez es hoy por hoy una de las inteligencias más luminosas en este país y conciencia viva contra los abusos del poder.

Yo sé que es un lugar común el referirse a alguien como un mexicano de excepción. Sin embargo, Jesús Silva Herzog Flores lo fue y por muy diversas razones:

—Como secretario de Hacienda en los gobiernos de López Portillo y De la Madrid —con quien tuvo el valor de discrepar— tuvo una actuación definitoria en esos años de bancarrota económica y moral. Recorrió medio mundo para renegociar una deuda que parecía impagable sin otros argumentos que su inmensa capacidad negociadora y su mirada a los ojos.

—Como embajador en Washington fue protagonista fundamental en aquel rescate de Clinton en el 95, luego del error de diciembre del 94.

—Aun en sus amarguras, supo perder con dignidad e ignorar el canto de las sirenas para mantenerse fiel a su partido, el PRI: las dos ocasiones en que no pudo ser su candidato a la Presidencia y luego, cuando fue derrotado en la contienda por el DF en el 2000.

—Su aportación histórica fue la creación del Infonavit, pilar de las instituciones sociales e institución constructora de millones de casas para los mexicanos.

Luego del servicio público vivió con dignidad en la medianía republicana juarista en la academia y como conferencista formidable. Jamás un escándalo ni en lo público ni en lo privado. Jamás siquiera una insinuación por corrupción o abuso del poder a pesar de los altísimos cargos que llegó a ocupar.

Yo creo que en el fondo Jesús Silva Herzog Flores era muy vanidoso. Tanto que quiso que lo recordáramos así, como un mexicano excepcional.

Periodista.

ddn_rocha@hotmail.com

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