El periodismo a modo es tan viejo como la historia del periodismo; es un engaño a lectores, escuchas o televidentes. ¿Por qué? Porque no busca el origen de la madeja de los hechos —ni siquiera la punta—, porque no cuestiona y menos sacude la entraña de los hechos y los personajes para desatar el debate.

El periodismo a modo es un grosero acto de propaganda con disfraz y antifaz de periodismo, que antes de mover las conciencias de la pluralidad democrática —antes que informar y desatar el diálogo—, consolida una sola verdad, la del pensamiento igual.

El periodismo a modo es una de las mayores taras de la democracia mexicana; y ¡ay de aquel que se atreva a disentir de los mesías y santones del pensamiento único, de la verdad del progresismo de la dizque izquierda o la derecha!, porque entonces se hará acreedor del “sambenito” de hereje, vendido, escudero de las mafias del poder.

El periodismo a modo se puede ver todos los días en la “comunidad periodística” que construyó Morena y encumbró a sus dueños; poseedores de la verdad, honestidad y herencia divinas. El periodismo a modo está presente en todas o casi todas las entrevistas que concede “su alteza serenísima”; monólogos sin cuestionamiento crítico y complacientes con el entrevistado.

Y precisamente esa clase de “periodismo a modo” es el que vimos, leímos y escuchamos en la supuesta entrevista de Kate y Sean a El Chapo; propaganda ofensiva en la que el criminal llevó de la mano las pinceladas del retrato de su vida.

Bueno, hasta el director de Rolling Stone, Jonn Wenner, dijo que el texto de Penn no mereció el tratamiento periodístico habitual “porque no era un trabajo periodístico”, mientras que Patrick Radden —de The New Yorker, uno de los mayores conocedores de El Chapo—, dijo que las parrafadas no aportan nada nuevo y más bien son un “épico insulto a los periodistas mexicanos”.

Y ese es el punto de quiebre de la impostura periodística. México está entre las democracias más peligrosas para el periodismo. En México es larga la lista de periodistas asesinados por informar del narco; por cuestionar la barbarie criminal y criticar a las mafias de la droga.

Además de muchos otros, María Elizabeth Macías Castro, tuitera de Tamaulipas —no era periodista profesional—, que denunciaba la extorsión y la influencia del crimen organizado, fue secuestrada, torturada de manera brutal y asesinada; su cuerpo exhibido en redes con una cartulina de advertencia al periodismo local. ¿Cuántos periodistas calificaron de “extraordinario su trabajo”? ¿Cuántos dedicaron una línea a su valor, arrojo y preocupación social por su aporte informativo a la sociedad?

Kate y Sean fueron contactados por El Chapo, halagados con obsequios, llevados a la casa del criminal —todo pagado y estricta protección—, agasajados con viandas, bebidas y una amable charla para luego poner condiciones a la entrevista y pactar detalles del negocio central: una película.

¿Eso es periodismo? ¿Es valioso el grosero autorretrato de El Chapo? Guste o no, eso es “periodismo a modo”; impostura periodística que ofende e insulta.

Y a propósito de la impostura periodística, el periodista mexicano Javier Garza Ramos cuestiona “la entrevista” y en El País de ayer —artículo titulado El falso heroísmo de Sean Penn—, dice que en la última década al menos 17 periodistas han sido asesinados o desaparecidos tan sólo en Sinaloa, Durango, Chihuahua y Sonora, la región de El Chapo. Y pregunta: ¿Ordenó El Chapo los ataques?

El Chapo y los impostores. Al tiempo.

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twitter: @ricardoalemanmx

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