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Conforme Donald Trump se embarca en su presidencia, Estados Unidos y el mundo se aventuran en aguas inexploradas. Para los optimistas, es el amanecer de una nueva era de grandeza americana. Para los pesimistas marca el inicio del caos.
Muchos realistas optan por la estrategia de esperar a ver qué pasa. Pero una cosa es clara: ciertamente no será una política como la que estamos acostumbrados a ver, pues la poco ortodoxia de Trump acabará con muchas costumbres y prácticas, como sucedió durante la campaña.
Trump tiene la oportunidad histórica de transformar la política estadounidense y la política exterior de EU durante un periodo extraordinariamente volátil y polarizado tanto al interior del país como al exterior. Un fracaso en aportar un liderazgo constructivo tendrá consecuencias graves de largo plazo para EU y para el mundo entero conforme avance el siglo 21. Todo está en juego. Es crucial no subestimar la seriedad de los desafíos que se avecinan.
Hasta ahora, Trump ha mostrado posturas claras en asuntos como comercio, atención médica, política fiscal, nominaciones judiciales y migración. Sin embargo, en varios otros frentes, particularmente política exterior, siegue siendo una hoja en blanco. Conforme el mundo atraviesa una transformación geopolítica histórica, el nuevo presidente de EU debe andar con pies de plomo, en las palabras y en los hechos.
Muchas de las tácticas no convencionales de Trump, ya sea tuitear o sus arrebatos repentinos, podrán haber funcionado durante la campaña. Quizá aún sean populares y útiles para presionar al Congreso a actuar. Tal vez, con el tiempo, más estadounidenses empiecen a tomarlo “en serio, pero no literalmente”. Pero puede que el resto del mundo no lo haga, particularmente potencias emergentes como China.
Contrario a la política nacional, Trump necesita ser más selectivo al elegir sus palabras en el frente de política exterior. La retórica desafiante podría ser excesivamente perturbadora y arriesgada. En geopolítica las palabras frecuentemente importan más que las acciones. No sólo las palabras pueden perderse en la traducción, sino que pueden tener consecuencias dañinas a largo plazo. En particular, pueden generar, con frecuencia rápida y negativamente, percepciones de una amenaza nacional que suelen ser difíciles de revertir.
El reciente cuestionamiento de Trump a la política de una sola China fue un desperdicio futil de capital diplomático. El hecho de que Taiwán es en realidad una nación soberana es un secreto público que es ampliamente aceptado. No se gana nada al subrayar ese punto y encolerizar a China, que se ha convertido en un país más asertivamente nacionalista bajo el liderazgo de Xi Jinping.
Es esencial mostrar determinación ante China con una retórica responsable y acciones firmes en asuntos como los reclamos territoriales en el Mar del Sur de China. Garantizar la libertad de navegación es indispensable para los intereses de EU, sus aliados y la estabilidad global. Las palabras, por sí solas, no evitarán apropiaciones ilegales de mar o tierra.
Si Trump quiere “hacer grande a Estados Unidos otra vez”, las alianzas y los socios fuertes serán clave. Hoy, los recursos de la nación son más limitados que en el pasado. Manejarlos de manera eficaz con una diplomacia hábil —bilateral y multilateral— será clave para la política exterior de EU. El país no puede actuar solo a nivel internacional, pero sí debe exigir a los aliados que compartan más la carga, particularmente en lo que respecta al pago de las facturas de seguridad. A menos que “parásitos de la libertad” realmente se convierta en un término del pasado, las alianzas de EU no sobrevivirán a largo plazo.
En política exterior, el mayor activo de Trump podría ser su pragmatismo, que emana en gran medida de su experiencia empresarial. No está atrapado en una cajón ideológico como muchos en Washington. Pero la política no se hace al aire, ni a través de las visiones drásticamente contrapuestas que han surgido en el equipo nacional de Trump. Como comandante en jefe, él es quien toma en definitiva las decisiones, quien establece la estrategia general en política exterior de EU, que debe tener una cohesión básica.
Un elemento clave para un liderazgo presidencial exitoso es la delegación eficaz del poder. Trump eligió a un gabinete de personas con historiales impresionantes y estilos administrativos orientados en los resultados, pero que también tienen egos que pueden ser impactados fácilmente. Trump debe evitar cualquier intento manejar en corto o de interferir con la ejecución de las tareas diarias, a menos que la necesidad dicte lo contrario debido a la ineptitud o a cualquier conflicto que emerja entre las agencias.
Cierto grado de faccionalismo es, hasta cierto punto, inevitable. En la Casa Blanca de Trump hay un círculo interno de asesores desde el inicio de la campaña encabezados por el teniente general Michael Flynn en el Consejo de Seguridad Nacional. El círculo externo de asesores será liderado por figuras cruciales que se unieron durante la transición, como el secretario de Estado Rex Tillerson y el general retirado y secretario de Defensa James Mattis. Trump deberá manejar con habilidad las facciones que emerjan para poder sacar lo mejor de sus asesores que le permita tomar decisiones eficientes. No lograrlo podría llevar la política al estancamiento y la parálisis.
Como empresario sin experiencia en la política, Trump no es un maestro elocuente del lenguaje diplomático. Su brusquedad probablemente causará controversias innecesarias en el futuro. Por lo tanto, sus asesores en política exterior deberán jugar papeles clave como traductores de Trump. Ello implicará que capten las ideas generales de él, las completen con detalles críticos y las vendan al mundo exterior. El principal desafío será que Trump transmita el mensaje adecuado, una tarea que no es imposible de lograr, pero sí muy difícil.
Director de Global Strategy Project