El resultado electoral de Francia representa tres lecciones para México, pero también para Estados Unidos. La primera de ellas se refiere a la tasa de participación ciudadana, una más a la existencia de la segunda vuelta y la tercera al apego a y uso de la verdad.

La baja participación ciudadana en la jornada electoral es bastante común en los países donde no es obligatorio votar. Este mal es particularmente agudo en Estados Unidos en cuyas elecciones con frecuencia vota menos de 50% de los electores. En México, la tasa de participación es un poco más alta, hasta 63% en elecciones presidenciales, pero mucho más baja en comicios estatales y locales. En Francia, en cambio es mucho más alta, a pesar de que hay dos vueltas y que la elección para la Asamblea Nacional tiene lugar un mes después de la presidencial. Es decir, los franceses acaban votando cuatro veces en un espacio de dos meses y lo hacen de forma masiva. En esta última elección votó el 75%, porcentaje considerado bajo y explicado por la ausencia de los grandes partidos en la segunda vuelta.

La principal razón para la derrota de Marine Le Pen del Frente Nacional es, precisamente, la alta participación ciudadana. Su posicionamiento como candidata extremista hace casi imposible que pueda ganar cuando la enorme mayoría de los votantes sale a expresar sus preferencias. En Estados Unidos se tiene el fenómeno inverso: es el abstencionismo lo que permite que un candidato, y ahora presidente, impresentable como Donald Trump haya ganado. De su triunfo son también culpables todos aquellos que optaron por no ejercitar sus derechos ciudadanos. No pueden ahora argumentar que ellos no votaron por Trump y por lo tanto no tienen responsabilidad sobre lo que pase. La realidad es que su abstención hizo posible el éxito de un candidato extremista.

En México, la falta de participación ciudadana ha servido a lo largo de la historia para reducir el número de opciones y obstaculizar la alternancia. Es claro que el PRI se ha beneficiado históricamente de la baja participación y que tiene dificultades para salir avante en un cotejo electoral cuando es alta. La próxima elección en el Estado de México confirma este patrón ya que la viabilidad del PRI depende de la apatía ciudadana: si el voto es masivo, puede ganar cualquiera de los candidatos, si es escaso, ganará el PRI.

La siguiente gran lección del triunfo de Macron es la importancia de la segunda vuelta. No tanto como mecanismo para excluir opciones políticas como pudiera argumentar Morena en México (en el resto de América Latina casi todos los candidatos de izquierda que han ganado lo hicieron en segunda vuelta), sino porque su existencia permite que las barreras de entrada a la primera sean mucho más bajas.

En Francia es relativamente fácil anotarse para participar en la primera vuelta y formar un movimiento o partido político. Y es fácil ya que se sabe que la abrumadora mayoría de candidatos no puede seguir en la segunda vuelta a la que sólo pasan los dos punteros. Es decir, es la existencia de la segunda vuelta la que permite que las barreras de entrada a la primera sean franqueables y lo que explica que Emmanuel Macron haya podido formar un movimiento y una candidatura exitosos en tan sólo poco más de un año. En México, esto sería impensable. Por desgracia, ni Gustavo Madero cuando fue presidente del PAN y podía haber negociado la reforma constitucional para permitirla en el contexto del Pacto por México, ni el presidente Enrique Peña Nieto, tuvieron la altura de miras para ciudadanizar el proceso electoral y dar al votante la última palabra en la segunda vuelta. El primero prefirió hacer un INE aún más litigioso y supervisor, mientras que el segundo se rehusó bajo el argumento de que su partido no puede ganar en segunda vuelta, en lugar de buscar la transformación del PRI. Ahora es demasiado tarde para hacerlo.

La tercera gran lección se refiere al contenido de la campaña. En primer lugar, por el formato y calidad de los debates. En Francia Le Pen y Macron debatieron por dos horas y media sin intervención de moderadores. Intercambiaron ideas, proyectos, insultos e interrupciones sin cesar y permitieron a los electores formarse una idea de la calidad intelectual, discursiva y educación de los candidatos. En México no hay todavía debates, sino monólogos.

No obstante, lo más importante reside en el segundo elemento: Macron basó su campaña en decir la verdad y proponer a los franceses una visión que para muchos era controvertida. Se presentó como un candidato a favor de la apertura, del euro y la Unión Europea. Al hacerlo tomaba un riesgo relevante, pero también hacía de la elección una de clara opción: Le Pen en contra de la participación de Francia en el mundo y por la salida del euro y de la Unión Europea, mientras que Macron por una Francia globalizada y competitiva, y por lo tanto optimista. Ella, por un país que quiere regresar a un pasado mejor que quizá no existió nunca, y él por abrazar el cambio para mejorar la condición de una Francia abierta.

Una de las razones por las que perdió Hillary Clinton es que el votante promedio no sabía si ella hablaba con la verdad. Sobre todo en materia de comercio exterior: se había pronunciado a favor de la apertura, del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y del Acuerdo Transpacífico (TPP) y luego en contra. En cambio, sentían que Trump (y Bernie Sanders) les decían la verdad, que su oposición al libre comercio era genuina.

En el contexto del supuesto predominio de la post verdad, es refrescante que Macron haya ganado como un candidato que se apega a la verdad. Hay aquí una lección crucial para México en 2018: la clave para ganar estribará en proyectar una visión prospectiva de país contra la alternativa de querer regresar al México de hace 40 años que, bajo ningún parámetro objetivo, puede calificarse como mejor que la situación actual. Con la verdad, pues.

@eledece

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