Los demonios andan sueltos en Estados Unidos. Con Donald Trump como gran catalizador, la elección presidencial de 2016 le ha abierto la puerta a los peores instintos de ese país. La irreversible tendencia demográfica, que marca un declive de la mayoría blanca, ha inducido una explosión nativista no vista desde hace al menos ochenta años. La polarización y la parálisis de Washington, junto a las secuelas de la crisis económica de 2008, han abierto tremendo apetito por las recetas de la antipolítica. Por último, las consecuencias negativas del libre comercio en algunas zonas del país, la migración de empleos de manufactura y la automatización de la mano de obra han provocado un brote populista inédito en la historia moderna de Estados Unidos. Nativismo, antipolítica y populismo: un coctel combustible alimentado, por si fuera poco, por ambos lados del espectro político estadounidense.

En la intersección de ese macabro diagrama de Venn están algunos, desafortunados actores, etiquetados por tirios y troyanos como los grandes causantes de los desconsuelos de la sociedad de Estados Unidos. Cerca de la cúspide de la lista se encuentra México, señalado por Donald Trump como astuto exportador de maleantes y vividores, además de ladrón de empleos de la clase trabajadora estadounidense. Es una combinación peligrosa: México como blanco de la indignación racial y demográfica de los nativistas y la económica de los populistas. No podría ser peor.

La respuesta del gobierno mexicano —y de otros actores de la sociedad mexicana, porque no todo es ni debería ser papá gobierno— ha sido tardía e insuficiente. Ante el prejuicio nativista de Trump, el gobierno lamenta la “ignorancia” del republicano. Ante el discurso proteccionista de Trump, que incluye la amenaza de imponer aranceles exorbitantes, el gobierno vuelve a lamentar la “ignorancia” del candidato. Lo mismo frente al proyecto trumpiano del muro fronterizo y hasta el papel de los mexicanos en Estados Unidos. En boca de la canciller, del secretario de Hacienda y hasta del presidente Peña Nieto: “ignorancia” por aquí e “ignorancia” por allá. Una cantaleta exasperante por ambigua e ineficaz.

México no puede esperar más para dejarse de vaguedades cantinflescas. Tampoco sirve de nada la lluvia de epítetos y groserías que, en las últimas semanas, llueven desde México contra Trump. ¿De qué sirve decir que México no pagará el “jodido”, “estúpido” muro? ¿De qué sirve llamar “desgraciado” a Trump? ¿De cuándo acá la flatulencia se combate con flatulencia (frase memorable de Arturo Sarukhán a propósito de las bravuconadas recientes)?

La receta para México es otra. Valga un ejemplo. En 2008, a sabiendas de la andanada de descalificaciones mentirosas de la que sería objeto, la campaña presidencial de Barack Obama desarrolló un sitio de internet de respuesta rápida. Su intención era aclarar, en minutos, absolutamente todas las injurias de sus rivales republicanos. El sitio, llamado Fight the smears (literalmente “lucha contra las calumnias”) funcionó a la perfección. Gracias a esa labor sin precedentes —sin la velocidad del internet y las redes sociales no habría dado resultados— Obama evitó un destino parecido al de John Kerry en 2004, destrozado por una campaña negativa a todas luces injusta.

México necesita una estrategia similar. No estamos en la era de las cavernas (es decir, los años setenta) cuando la única herramienta era una entrevista aquí o una declaración allá. Urge aprovechar las redes y las voces de mexicanos con influencia (influencers) para, pues sí, luchar contra las calumnias. Al mismo tiempo habrá que acercarse con astucia a los medios tradicionales. ¿Dónde están los reportajes en NBC, ABC, CBS y CNN que contrarresten la narrativa virulenta de Trump (y, a su manera, también de Bernie Sanders, otro detractor del libre comercio)? Un estudio de la Universidad de Columbia descubrió que las grandes cadenas de tv sólo hablan de lo mexicano/hispano para referirse al crimen o la migración. Es aberrante, pero la culpa no es sólo de los perezosos periodistas en EU. La culpa es también de quien tiene acceso a esas redacciones desde México, sobre todo desde el cuerpo diplomático, muchas veces más preocupado por rasgarse vestiduras que por cabildear con agudeza.

No, no basta con decir que Trump es ignorante cuando denigra a inmigrantes, revienta el tratado de libre comercio o acusa a México de robarse millones de empleos. Hay que explicar por qué y hacerlo con lujo de detalle y talento narrativo. No se trata de ganar una batalla propagandística. Se trata de defender una relación bilateral que es, para México, absolutamente indispensable. Se trata de defender las gracias reales de un proyecto panrregional de desarrollo que ha beneficiado a los tres países que lo convocaron. Y se trata también de estar a la altura de la lucha cotidiana de millones de mexicanos que hacen de Estados Unidos un país productivo y pujante. Se trata en suma, de defender lo que somos. Ya. Hoy.

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