El domingo pasado en la Plaza México, cerca de 200 niños desfilaron detrás de los cuatro novilleros del tercer cartel de la temporada. Se manifestaban en contra de la iniciativa para prohibir la asistencia de menores de edad a los festejos taurinos en nuestro país.

Se trata de una iniciativa autoritaria, antidemocrática e invasiva, promovida por el Partido Verde Ecologista de México.

El diputado Jesús Sesma, que se presentó ese día en el coso de Insurgentes con pintura roja en el rostro y las manos, está al frente del proyecto.

Por una parte, Sesma promovió la cancelación de la utilización de animales en los circos y ahora busca acabar con una especie destinada exclusivamente a la tauromaquia.

Los políticos no tienen por qué decirnos cómo debemos educar a nuestros hijos ni a dónde los podemos llevar y a dónde no. Tan sencillo como esto: el que quiera ir a los toros, que vaya, y el que no quiera ir, que no vaya. Pero el abolicionismo no es la solución.

El toreo no consiste en un burdo e inhumano maltrato a un animal ni promueve la violencia. Los niños toreros no son malhechores en potencia. Y la crueldad que aducen los enemigos de la Fiesta tampoco es tal porque ni el torero ni los aficionados disfrutan con el supuesto sufrimiento del animal. Por el contrario, cuidan, respetan y hasta veneran al toro de lidia como eje de un espectáculo que es toda una escuela de valores. Además, las ganaderías bravas son enormes ecosistemas de gran utilidad dentro del país.

Si los niños dejaran de ir a los toros en México, se perderían generaciones enteras de aficionados. Los niños de hoy son los toreros, ganaderos y empresarios taurinos del mañana.

Este país, que adolece de educación y de civismo, que está infestado de impunidad y corrupción, tiene una enorme lista de prioridades urgentes, antes de la abolición de las corridas o impedir que los niños vayan a las plazas.

Próximamente, el Congreso discutirá esta prohibición liberticida. Lo peor de toda esta historia es que los políticos oportunistas no son antitaurinos por convencimiento, sino por conveniencia. Poco les importan las miles de familias que viven del mundo del toro de lidia a lo largo y ancho de la República.

Junto con ello, existe una terrible desinformación en torno al tema y una doble moral del tamaño de la Plaza México.

heribertomurrieta65@gmail.com

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