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Si hubiera una Divina Comedia ubicada en México, la sección dedicada al Paradiso sería más bien escueta. El Purgatorio —una enorme sala con millones de quejosos, jueces, abogados y ONGs— sería posiblemente más extensa. Y el Inferno, me temo, se llevaría el resto del libro, o sea 95%.
El poema de Dante, ya sabemos, es muy complejo en lo que concierne a los motivos de la corrupción. Se ubica bajo el denominador genérico del fraude y de ahí se divide en otras clases de pecado, del soborno a la simonía, sin olvidar la venta de plazas y la evasión de impuestos. Sería ingenuo intentar siquiera un resumen de las variedades de quebranto moral, cívico y ético que lleva a los bad hombres y mujeres al Inferno. Acometamos pues, resignadamente, la apretada síntesis con que, quizás, el poeta estaría esencialmente de acuerdo para describir a la pústula de la polis: el corrupto es quien se embolsa los bienes de la comunidad.
Fantasear con que los políticos corruptos serán castigados comilfó postmortem es un consuelo compensatorio exclusivo de ingenuos. Y, claro, apostar a que el castigo sólo les está deparado en el más allá es una forma de invitarlos a redoblar el crimen aquí y ahora; una complicidad que, por si fuera poco, se sustentaría sobre el dudoso convencimiento de que efectivamente exista un más allá y que sea realmente punitivo. Lo dudo: concuerdo con Borges, quien, hablando de la vida en el mundo, ya reparó en que “otro infierno no esperes, ni otra gloria”. Y como, ítem más, los gomierdadores suelen ser cristianos, y esa religión perdona todo…
Y sin embargo, vengativo, me gusta la idea del infierno. Lo imagino dividido en nacionalidades, con objeto de no atenuar el castigo con la curiosidad de lo inesperado. ¿Es usted un corrupto mexicano? Parte de su castigo será una eternidad poblada de desagradables compatriotas. Ironía ácida contra los gomierdadores que lo primero que hacen con lo robado es exportar patria al extranjero.
El Inferno sección México requeriría de una importante inversión en infraestructura, pues deberá tener capacidad para albergar muchas y proliferantes multitudes. Hordas de políticos y funcionarios, ristras de prestanombres y amasias anexos, mayordomos jueces venales, empresarios y proveedores untamanos, notarios de vista gorda y nalgas ídem, sagaces banqueros comprensivos.
Un infierno de tamaño natural, pues. Millones de hectáreas llenas de pasadizos lamosos y laberintos pútridos, bastantes ollas del tamaño del estadio Azteca para hervir cabrones, balnearios llenos de cal viva, fundidoras de fierro, fábricas de látigos y procesadoras de gargajos, laboratorios capaces de producir 100 mil hectolitros diarios de peste bubónica, millones de bocinas para agregarle a la tortura las canciones de moda. Y bodegas, y aeropuerto, y periféricos elevados. Y obviamente la unidad habitacional para los diablos, con su comedor y su guardería infantil y su salón para juntas sindicales.
Un gasto importante. Y aún si las autoridades competentes contasen con algún tipo de presupuesto ilimitado, producto de requisas y expropiaciones, habría necesidad de licitar la obra para que los libros estén bien balanceados, y por tanto habrá miles de contratistas que, predeciblemente, van a inflar las cotizaciones y se van a mochar con Satanás (que de inmediato va a comprar un condo en Houston) y el resultado será que la obra va a tardarse y va a salir medio chueca, y se va a colapsar a la primera y entonces las hordas de gomierdadores y politicastros van a sobornar a las edecanes para que los dejen colarse al limbo, o de perdida al purgatorio.
La otra cosa divertida va a ser ver si, arrebatados por amor a sus terruños respectivos y por lealtad a las instituciones, los corruptos ya internados comienzan a dar mordida para que ese infierno, como el que no hay dos, se llame Veracruz, o Coahuila, o Puebla, o Sinaloa o Chihuahua o Lomas de Chapultepec.
Hay un castigo en el Inferno de Dante que me parece el más adecuado para los gomierdadores mexicanos: el que consiste en verter oro derretido por las gargantas de los ricachones sin mesura. Claro que, si saliera muy caro, hay una opción B: obligarlos a comer, eternamente, mierda humana.
Ya tienen experiencia.
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