La decisión de Ford de retirar un proyecto de inversión en nuestro país ha vuelto a agitar los mercados mexicanos y a hundir al peso en un nuevo máximo histórico.

Después de que el presidente electo de EU, Donald Trump, afirmara vía Twitter que aplicará un importante impuesto fronterizo a General Motors por fabricar su modelo Chevy Cruze en México, Ford anunció la cancelación de una inversión de mil 600 millones de dólares para una nueva planta en San Luis Potosí. En su lugar, invertirá únicamente 700 millones de dólares en Michigan. Esto provocó que el peso mexicano se devaluara en 1.5%.

Desde el inicio de la campaña de Donald Trump —cuando empezaron sus declaraciones en contra de México, a la par de la caída mundial del precio del petróleo— el peso ha sufrido una grave depreciación: desde junio de 2015, el tipo de cambio pasó de 15.41 a 21.37 pesos por dólar. La relación entre el “efecto Trump” y la fluctuación del peso se evidenció también el 8 de noviembre, en los resultados de las elecciones presidenciales, con una devaluación de 13%, la mayor que ha vivido México desde 1995.

Mucho se puede criticar la política de tuitazos de Trump, quien ha escalado el escenario político a base de golpes mediáticos, moviendo hilos en gobiernos, mercados y sociedades desde antes de asumir la Presidencia. Trump se caracteriza por aquello que menos conviene para la estabilidad sobre la que se construye el desarrollo: la incertidumbre. Igualmente se puede debatir sobre sus discursos sin censura, sobre sus polémicas propuestas, que no siempre parecen acertadas en el largo plazo ni sustentadas en la realidad.

Sin embargo, para México, el ojo del huracán no debiera estar en el efecto Trump. El hecho de que nuestra moneda pueda flotar a merced de lo que diga un candidato en el país vecino no tiene que ver enteramente con el histrionismo del personaje y con la incertidumbre que éste despierta. Las fiebres especulativas seguirán causándonos estragos mientras México no atienda su propia fragilidad en el entorno de negocios, en su economía, política y sociedad.

En 20 años de apertura comercial, nuestro país no ha logrado eliminar su dependencia económica de Estados Unidos. A pesar de la firma de tratados comerciales con 46 países, 80% de las exportaciones mexicanas se destinan a ese país, representando casi una cuarta parte de nuestro PIB. Si bien 94% de las exportaciones son de mediana y alta tecnología, México no genera valor agregado desde el año 2000 debido a su enorme dependencia tecnológica del exterior. Aunque la ventaja en costos, en accesibilidad a energía y a numerosos mercados ha convertido a México en uno de los primeros exportadores de automóviles en el mundo, 90% de las partes y componentes para su producción son importadas; sólo 35% de la producción tiene contenido nacional, del cual casi todo es mano de obra.

Según el Foro Económico Mundial, México es de los tres países que menos invierten en investigación y desarrollo. Esto nos coloca en el lugar 76 de 139 países en el Índice Global de Innovación y en la posición 52 de 140 países en el Índice de Competitividad Global. Asimismo, la corrupción le cuesta al país entre 9 y 20% del PIB, y la violencia, 13%.

Son todas estas condiciones las que obstaculizan el entorno de negocios en nuestro país. Al margen de todo factor externo, la solidez de nuestro mercado depende de la diversificación de nuestro comercio, del aumento de la productividad, de un mayor valor agregado de nuestra industria, de la definición de una política industrial de largo plazo, de la consolidación del Estado de derecho, la seguridad y estabilidad del país.

Una buena política exterior y de diversificación comercial son indispensables, pero es urgente voltear la mirada hacia nosotros mismos y hacer la tarea pendiente; mientras no lo hagamos, cada tuit de Trump seguirá siendo un tornado.

Senadora por el PAN

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