Son indudables los efectos negativos a corto, mediano y largo plazo para América Latina y el Caribe por el triunfo de Donald Trump en las pasadas elecciones norteamericanas y el shock producido tomará tiempo para ser superado. Hay mucho por qué temer pues las afectaciones en el orden económico, político, social y ambiental serán fuertes, aunque de manera diferenciada en la región.

En el plano económico es un hecho que todas las economías latinoamericanas están resintiendo la noticia, lo que se manifiesta desde ya en sus principales indicadores.

En el mediano plazo, el manejo fiscal y su impacto en las tasas de interés y el dólar, el incremento del proteccionismo norteamericano, la disminución de la apertura económica del gobierno anterior, el sesgo anticomercio que se planteó Trump desde la campaña, darán elementos de más preocupación para nuestras economías. En el largo plazo, hay amenazas serias de eliminación y, en el mejor de los casos, de modificación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (NAFTA) y otros TLC firmados con diferentes países de la región, al igual que la regresión de iniciativas como el Tratado Transpacífico de Cooperación Económica, aspectos que muestran la futura regresión de la globalización y los procesos de integración en que se había avanzado.

En lo político son claras las afectaciones que sufrirán nuestros países, comenzando por el retroceso de la democracia, que ya había sido herida por los demócratas con lo ocurrido en Honduras y Paraguay. En la mira del nuevo gobierno republicano estará el fortalecimiento del financiamiento de la derecha latinoamericana y su disfrazado populismo en naciones que tendrán elecciones como Colombia, Venezuela, Ecuador y Bolivia, entre otras.

No cabe duda de que se buscará terminar con esa órbita de gobiernos de “izquierda” que aún prevalecen. Con Cuba se cambiarán las condiciones de los avances en las relaciones diplomáticas que se habían logrado y se endurecerá el bloqueo y la presión hacia los Castro. Venezuela tendrá una mayor presión de los americanos que reducirán la importación de petróleo, promoverán un mayor apoyo a la oposición e incrementarán la presión internacional en el tema de derechos humanos, así como de nuevas elecciones y cambio de régimen.

Pero donde se sentirá más la política regresiva norteamericana será hacia los inmigrantes latinos, en especial los mexicanos, que serán ahora más perseguidos, deportados y violentados sus derechos humanos, como si no hubiese sido suficiente todo lo que ha hecho el gobierno de Obama. Como resultado de lo anterior, se afectarán también las remesas que disminuirán de forma importante.

Con gran preocupación nuestras sociedades tendrán una época de grandes retrocesos en materia de derechos sociales y humanos, en donde la xenofobia, el racismo y la discriminación hacia los latinos en general crecerán más y serán los valores sustentados por una ciudadanía blanca — de algunos latinos que también se lo creen—, que pese a necesitarnos para su buen estilo de vida, nos ve como amenaza. Organizaciones como el Ku Klux Klan, movimientos nazis y de fanatismo religioso se sentirán empoderados para imponer sus pensamientos y prácticas, como en aquellos tiempos de oscurantismos.

Y será entonces el fomento de una cultura de odio (ya de por sí muy arraigada) lo que más lastimará la vida y convivencia en aquella nación de sueños americanos.

Y qué decir de los efectos ambientales de esta nueva visión económica predatoria que desestima el valor de lo ecológico, que tiene puestos sus intereses comerciales en nuestros ricas regiones ambientales, suelos abundantes de minerales y metales, la mejor excusa para continuar esa vieja costumbre de intervención y saqueo bajo pretexto de convenios amañados.

No, no vienen buenos tiempos, hemos avanzado tecnológica y científicamente, pero un feroz lobo de Wall Street nos muestra que política, social y culturalmente retrocederemos mucho del camino andado.

Investigador CIALC-UNAM

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