Me gusta pensar en las olimpiadas como un evento en donde, a pesar de la competencia, se une la comunidad internacional. Sin embargo, me quedo con un mal sabor de boca debido a varios sucesos de discriminación en contra de las mujeres que sugieren actitudes machistas que minimizan sus logros como atletas de alto rendimiento.

En las redes sociales y en los medios de comunicación resaltaron frases como “El trío de las gorditas roza el milagro olímpico”, “La mujer de un línea de los Bears ha ganado una medalla de bronce” o “Las buenorras internacionales en los Juegos Olímpicos de Río”. Sin ir más lejos, en México fueron vergonzosas todas las críticas ignorantes a la gran gimnasta Alexa Moreno por su supuesto sobrepeso.

Estos comentarios me parecen indignantes porque implican reducir a la mujer a un pedazo de carne, a ser relevante por ser la esposa de alguien más o a su aspecto físico en lugar de su talento. Era mucho más significativo resaltar las medallas que ganaron y los récords mundiales que superaron, que lo bien que se veían en traje de baño o la burla si no cumplían con estándares físicos definidos por una lógica masculina, completamente irrelevante en una competencia deportiva.

Olvidaron mencionar que, como cualquier deportista, se han esforzado, han hecho sacrificios y han dado el alma entera en cada entrenamiento para poder llegar a una competencia internacional. Ser deportista de alto rendimiento no es tarea fácil; más que un compromiso, es una vocación. Sí importa el talento, pero también es un trabajo constante que requiere disciplina y estar dispuesta a dedicar todo tu tiempo para lograr una meta, acercarse a la perfección, superar tus propios límites. Es algo verdaderamente admirable, que merece respeto y por lo tanto, es una aberración que haya mentes que reduzcan este proceso a celebrar unas piernas torneadas.

Los medios de comunicación, en lugar de propagar el machismo, deberían fomentar los valores de respeto e igualdad para combatir la discriminación y cambiar el paradigma cultural que asume una superioridad y una actitud de prepotencia de los hombres con respecto a las mujeres.

Esta situación es solamente un reflejo de los prejuicios culturales en contra de la mujer que permean nuestra sociedad. Hace pocos años no podían participar en algunas disciplinas por la falsa creencia que su capacidad física no se los permitía. En los Juegos Olímpicos de 2016, el 45% de los atletas eran mujeres; sin embargo, no estuvieron libres de discriminación en una forma pasiva de violencia de género.

Es una señal de alarma que nos advierte que todavía hay mucho trabajo por hacer en este sentido. Por supuesto que ha habido avances y hoy en día la equidad de género es un tema prioritario en la agenda internacional. Constantemente se habla de la importancia de incluir una perspectiva de género en las políticas públicas, pero de nada sirve que la noción de justicia e igualdad se quede en un discurso. No se puede hablar de progreso sin que haya un cambio de paradigma y para que esto suceda es necesario desprenderse de ideas, ahora arcaicas, que desprestigian a la mujer y la colocan en un segundo plano.

No debe haber diferencias entre lo que las personas dicen, siguiendo un discurso políticamente correcto, y cómo actúan en su vida profesional y personal. Para poder contribuir en un cambio de fondo debemos primero evidenciar la existencia de los problemas que no están a simple vista. Al identificar comportamientos discriminatorios podemos trabajar en un cambio y poco a poco transformar mentalidades. Sólo así quitaremos las barreras que reducen a las mujeres a simples adornos y complementos, para que puedan desarrollar libremente su potencial como motor e impulso de nuestro crecimiento.

Fundadora de la Fundación Angélica Fuentes

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