…hay algunos

que nacen, otros crecen, otros mueren,

y otros que nacen y no mueren, otros

que sin haber nacido, mueren, y otros

que no nacen ni mueren…

César Vallejo

Antígona postuló el derecho inalienable de dar sepultura a los muertos, lo que significa también concederles un sitio en la memoria, asignarles una identidad que remonte las corrientes generacionales.

Cumplida su función material de resguardo, los sepulcros ganaron relevancia hasta convertirse en parte integrante del pensamiento político y religioso. La historiografía ha abierto espacio al estudio de las últimas moradas de los personajes que modificaron el curso de la humanidad, así se trate de Cristo o de Lenin.

Ya sea por motivos intelectuales, religiosos o turísticos, miles de tumbas distribuidas alrededor del mundo reciben a cientos de visitantes año tras año, llegando a convertir ciertas necrópolis en una suerte de parques temáticos. El cementerio parisino de Père Lachaise es un ejemplo paradigmático, siendo sus criptas con mayor concurrencia las de Edith Piaf, Oscar Wilde y Jim Morrison. También en la ciudad luz se erigió Montparnasse, sitio en el que reposan Charles Baudelaire, Julio Cortázar y –si no lo han repatriado furtivamente– Porfirio Díaz. Más parsimonioso que sus homólogos franceses, en Washington D.C. despunta Arlington, que alberga la esperanza del último Camelot.

Con mucha mayor opulencia que los anteriores, se extiende en la Sierra de Guadarrama el Valle de los Caídos, mausoleo construido por orden de Francisco Franco. Obra de la más delirante megalomanía, la extensión del conjunto es similar a la del Vaticano. Ahí están enterrados el propio Franco y José Antonio Primo de Rivera, fundador de la falange española, por lo que al día de hoy es un punto de encuentro para los partidarios de la ultraderecha. Algo similar ocurre con el mausoleo de Mao Tse-Tung, que aún congrega en torno suyo a los proletarios del mundo.

En Portbou, una pequeña población catalana, está la supuesta tumba de Walter Benjamin. Mucho se ha discutido su autenticidad, lo cierto es que el pensador marxista llegó a Cataluña perseguido por los nazis el 26 de septiembre de 1940, y desde ahí escribió su última carta: “En mi desesperada situación no tengo más remedio que acabar de una vez. Mi vida concluirá en un pequeño pueblo de los Pirineos donde nadie me conoce”. Aunque no se ha esclarecido si se suicidó o fue asesinado, su fallecimiento se fechó el mismo día de su arribo a España y su epitafio reza: “No hay ningún documento de la cultura que no lo sea también de la barbarie”.

Existen igualmente sitios emblemáticos del horror y del exterminio, como son la plaza central de Hiroshima y las ruinas del campo de concentración de Auschwitz, vestigios de un siglo en que, como refirió Paul Celan, la muerte, maestra de Alemania, campeó a sus anchas asistida por la crueldad y por la tecnificación.

En México las tumbas suelen desaparecer o cambiar de lugar, y es más común el hallazgo que la preservación. Así ocurrió con los restos de Cuauhtémoc que descubrió Eulalia Guzmán. Fue tal la polémica por la legitimidad de los restos que aún se duda si el último emperador azteca fue enterrado en Ixcateopan.

Los protagonistas de la historia nacional han sido exhumados en muchas ocasiones, ya sea con la intención de reivindicarlos o defenestrarlos y siempre bajo el pretexto de la ejemplaridad ciudadana. Tenemos reunida a la pléyade independentista en pleno Paseo de la Reforma, y a la corte revolucionaria en un monumento a medio hacer, que tenía como objetivo convertirse en el palacio legislativo del porfiriato.

La cripta de Juárez es casi invisible entre la austeridad de San Fernando y, por citar un ejemplo literario, José Revueltas yace en un rincón del Panteón Francés de la Piedad. La sociedad civil tampoco ha sido especialmente cuidadosa del patrimonio. El peor ejemplo nos lo dieron la farándula y la administración pública con la bacanal que se consintió en la Rotonda de las Personas Ilustres, hace poco más de dos años.

Si rememorar es quebrantar el silencio al que condena la muerte, dejemos que el rumor de las lápidas sobreviva al ruido atronador de la modernidad.

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