Digamos, solo por decir, que usted es un joven prodigio de la política nacional. A golpes de elocuencia, astucia, cartulinazos y una que otra traición, se ha hecho del control absoluto de su partido. Ya encumbrado, le entra la cosquilla por el poder. Sus allegados le piden que vaya por la grande, que usted es el bueno, que la Presidencia es su destino. Y usted se la cree, por supuesto.

Pero la opinión pública no parece compartir criterio. Sale y sale en spots, más de un millón en total, en todo el territorio nacional, siempre con sonrisa ganadora y un discurso de notable optimismo. Incluso, para obtener simpatías entre el público, hace gala de su virtuosismo con el órgano melódico. Y nada. No sube en las encuestas. Sigue en un terco segundo lugar entre los aspirantes de su partido.

Por si fuera poco, salió a festejar triunfos que acabaron siendo sonoras derrotas. Y hubo quien, en un arranque de mal gusto, le pidió que asumiera su responsabilidad por el fracaso, como si usted fuera director técnico de la selección nacional o algo así. Además, le pidieron que se definiera ya, que optara por ser candidato o mandamás de partido.

Entonces está usted en un problema. Si se agandalla a la brava la candidatura, corre el riesgo de dividir a su partido y acabar de contendiente testimonial, onda Gabriel Quadri. Pero optar por la responsabilidad y abandonar sus sueños presidenciales le rompería su frágil corazón.

¿Qué hacer entonces? Muy fácil: declárese partidario de un frente electoral. Añádale, para darle caché al asunto, que el frente no sólo sería frente sino “coalición de gobierno”. Eso, por supuesto, exige largas conversaciones a varias bandas. Y la construcción de una agenda común, con capítulos y subcapítulos, incisos y subincisos. Y la definición de algún método de selección de candidato que tenga algo de La Voz México y algo de Big Brother y posponga todo el asunto para noviembre, como mínimo.

¿Y quién podría ser su socio en esta aventura? Quien sea. No importa realmente. Allí está su colega presidenta de un partido que alguna vez fue grande y de oposición, una mujer de lucha que sabe que este puño sí se ve, pero se ve mejor en Miami. Allí está la chiquillería y la medianería partidista, todos los que quieren salvar el registro y la prerrogativa. Allí están incluso los del tucán, dispuestos a limpiar las verdes manchas de su trayectoria filopriísta con un giro de última hora.

The more, the merrier, como dirían los gabachos. Más aliados es más tiempo por perder (o por ganar, como se quiera ver). Más posibilidad de encontrar vetos externos para sus rivales internos. Más energía desperdiciada en una plataforma anodina. Más tiempo para repartir baro, promesas y posiciones que le aseguren lealtades a la hora de definir al candidato presidencial.

Entonces ya estuvo: de frente con el frente. Ya sólo resta ponerle apellidos. Uno por supuesto tiene que ser amplio, porque nadie quiere un frente estrecho. Otro puede ser opositor, pero eso crea un problema, porque ni usted ni su partido ni sus posibles aliados han sido oposición desde hace un buen rato y alguien podría tener el mal tino de recordárselo. Además, eso de FAO suena muy a la ONU.

Mejor llamarle democrático. Frente Amplio Democrático. Muy internacional. Muy Cono Sur. Con una ventaja adicional: las siglas (FAD) remiten a la palabra inglesa fad que es definida por el Oxford English Dictionary como “una manía o un entusiasmo intenso y ampliamente compartido por algo, especialmente uno de corta duración y sin base en las cualidades del objeto”.

Nunca ha habido siglas tan bien puestas.

alejandrohope@outlook.com
@ahope71

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