El lunes pasado se apareció un ángel en la carretera México-Toluca. Era, por desgracia, un ángel exterminador. En un autobús que hacía una corrida de San Mateo Atenco a la Ciudad de México, cuatro tipos se metieron a asaltar. Portaban un cuchillo y una pistola hechiza. Amedrentaron a los pasajeros y robaron lo que quisieron, como probablemente lo habían hecho muchas veces antes.

Pero se les atravesó la mala suerte. Un individuo se levantó tranquilamente de su asiento, sacó una pistola calibre 9 milímetros y le pegó un tiro a cada uno de los asaltantes mientras salían del autobús. Luego los remató en el piso, a la vera de la autopista. Procedió entonces a recuperar los objetos robados y regresarlos a sus legítimos dueños. Ordenó al chofer que avanzara y se bajó un par de kilómetros adelante, perdiéndose en el bosque.

Este caso es espectacular, pero ciertamente no es único. EL UNIVERSAL ha documentado en este año siete casos de vengadores anónimos en unidades de transporte del Estado de México. Y el asunto no se limita a esa entidad federativa. A principios de 2016, un individuo desconocido hirió de bala a dos asaltantes de un cuentahabiente en las calles de Polanco, en el corazón de la Ciudad de México. En 2013, una mujer llamada por los medios Diana Cazadora ultimó a varios choferes de autobús en Ciudad Juárez para (supuestamente) vengar a víctimas de violación.

Los vengadores anónimos no son además los únicos ejemplos de justicia por propia mano. Están, por supuesto, los grupos de autodefensa surgidos en Michoacán en 2013. Pero, de manera más cotidiana, están los muchos intentos de linchamiento y justicia tumultuaria en buena parte del país. Lantia, una empresa de consultoría especializada en temas de seguridad y presidida por Eduardo Guerrero, estima que se acumularán en el presente año 195 linchamientos en todo el país. Eso significa un incremento de 40% con respecto a 2015 y de 230% en comparación con 2014.

Esto es, por supuesto, un fenómeno preocupante. La justicia por propia mano puede terminar mal de mil formas distintas. La bala de un justiciero (sobre todo, si es menos experimentado que el ángel exterminador de la México-Toluca) puede acabar no en la cabeza de un ladrón, sino en el cuerpo de un inocente. La intervención de un vengador puede detonar una balacera con desenlace impredecible. Una turba enardecida puede equivocarse de blanco y acabar linchando a quien ni la debe ni la teme, tal como sucedió hace un año con dos encuestadores en Ajalpan, Puebla.

Entonces sí, indudablemente, se debe castigar a quién intente arrogarse el derecho de aplicar justicia por sus propios medios.

Pero la realidad es que esto no se va a frenar mientras el Estado no cumpla con su responsabilidad. Hay gente dispuesta a pegar de tiros a asaltantes en un microbús (y mucha más dispuesta a aplaudir el acto) porque las autoridades han hecho poco o nada para evitar los robos, a veces violentísimos, en el transporte público. Hay personas listas para matar a golpes a presuntos secuestradores porque no hay a la redonda ningún agente del Estado para protegerlas del secuestro y la extorsión.

En el lenguaje de los comics, Batman existe porque el comisario Gordon no hace su trabajo. La venganza empieza donde la justicia falta.

Entonces, si se quiere evitar que circulen por las calles ángeles exterminadores a la caza de delincuentes o que multitudes homicidas se cobren agravios reales o imaginarios, es indispensable que las instituciones de seguridad y justicia funcionen como deben.

Y eso, en el México de hoy, es un escenario remoto, casi tan improbable como una historia de superhéroes.

alejandrohope@outlook.com.

@ahope71

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