La ejecución por parte en Arabia Saudita del mulá y líder religioso Nimr al-nimr, por ser instigador de la Primavera Árabe, ha avivado el fuego de un conflicto entre chiítas y sunitas; una guerra que, por otra parte, no es nueva, una guerra tan atávica como despiadada.
La señal que ha lanzado Arabia Saudita es inequívoca. Se trata de un mensaje, fundamentalmente a Irán. Las clases sunitas elitistas y poderosas de la península arábiga no van a permitir que las facciones chiítas impulsadas por Irán, continúan expandiéndose. Porque la expansión del chiísmo desde Irán es un hecho. Su ayuda al presidente sirio Bashar al-Assad es innegable como también todo el apoyo que presta a Hezbolá en Siria, pero especialmente en el Líbano.
En su expansión busca una pinza para controlar una buena parte de los mares. Ya tiene el Mediterráneo a través de Siria. Sin embargo, le falta la salida al mar Rojo. Por eso, en la guerra civil que libra Yemen desde hace años, Irán tiene una apuesta decidida por el bando chiíta. Si logran vencer la guerra, la conexión con el mar Rojo será una hecho.
El otro país es Omán, vecino de Yemen que tiene en frente de sus costas a Irán. A pesar de que la mayoría de la ciudadanía de Omán es sunita, su relación con Irán es buena; y lo es por el terror al régimen de los ayatolas. Prefieren una buena relación de vecindad que no un puñado de misiles contra su país.
Y todo ello porque en esta lucha entre las dos facciones religiosas —ambas del islam— los chiítas siguen acariciando la onírica idea de ser los tenedores “Gran Califato” con base en Bagdad, donde hay una mezcla de ambas facciones. Corresponde más a un sueño, casi parecido al de las mil y una noches de Sherezade, que una realidad palpable.
Sin embargo, los chiítas no cejan en su empeño y tienen a países que les apoyan como Irán, Siria, Rusia o la propia China; compañeros, en todo caso, buenos para su viaje. De todos modos, el mensaje de la ejecución del mulá en Arabia Saudita, lo leen el resto de los socios sunitas como algo positivo. Se trata de socios muy poderosos, que van desde Marruecos a gran parte de los países del Golfo. Todos apoyan sin fisuras a la monarquía saudita.
Y en todo este rompecabezas aparece en acción Turquía, una pieza fundamental. El antiguo país de Ataturk, hoy de Erdogan, está permitiendo que los terroristas del Daesh trafiquen con petróleo en su país; que los terroristas heridos se curen en los hospitales turcos. En definitiva, que hagan y deshagan. A pesar de lo desalmado que es el Daesh, Turquía, país miembro de la OTAN, les deja hacer con tal de golpear a los chiítas y aplacar a un Irán con sus ansias expansionistas. Obama ha jugado en todas las bazas y en todas las bandas pero sus últimos guiños hacia Irán también son significativos.
¿Se internacionalizará el conflicto aún más? No lo creo. La amenaza en forma de advertencia del ajusticiamiento del mulá chiíta, no es más que eso, una amenaza. La guerra entre las dos facciones continuará. Sólo habrá un pequeño cambio dependiendo de quien sea el próximo presidente de EU en el mes de noviembre, y aun así, será un cambio estrictamente formal, porque nada se habrá arreglado. Es el eterno problema de Medio Oriente.
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