Se terminó en Brasil una época, la de los gobiernos progresistas que encabezó el PT. 61 de 81 senadores votaron para aprobar el impeachment y así ir en contra de 54 millones de ciudadanos que votaron en 2014 por Dilma Rousseff para un segundo mandato presidencial (2015-2018). Frente a esta acción hay muchas opiniones, pero se pueden agrupar en dos grandes visiones, la que afirma que se trata de un golpe de Estado y la que dice que todo se hizo conforme a la ley.

La salida de Dilma tiene un fuerte olor a golpe de Estado, porque las estrategias legales para sacarla del gobierno no convencen y los supuestos delitos cometidos están lejos de calificar como graves y merecedores de un juicio político. Además, la manera en la que se hizo el procesamiento en el Congreso, los conocidos manejos de corrupción del diputado Cunha (acusado de tener cuentas de 5 millones de dólares en Suiza que provienen de pago de favores con Petrobras, El País, 31/VIII/2016); intereses con los que Dilma no quiso negociar, dejan en evidencia que fue una venganza.

Pero, ¿cómo se llegó a este momento? El contexto del país no ayudó a la presidenta. Una economía con una fuerte recesión, la caída de la popularidad, el repudio callejero masivo, la fractura de las alianzas y la transformación de los compañeros de viaje (del PMDB, cuya cara es Michel Temer, un oscuro político que llegó a la vicepresidencia en una alianza que no debería haberse realizado) fueron factores que empujaron la salida de la presidenta. Sería impensable un juicio político en condiciones de bonanza económica. Sin duda, la crisis debilitó al gobierno petista y abrió la puerta a que los intereses más oportunistas movieran las piezas de la maquinaria mafiosa del poder legislativo.

Este golpe a la democracia brasileña es una pésima noticia para un país que atraviesa por una crisis múltiple, económica, política y social. Ahora llega un gobierno desprestigiado y con signos regresivos contundentes. Desde mayo pasado, cuando la presidenta fue separada del cargo y llegó Temer de presidente interino, estuvo acompañado de un grupo de hombres blancos; este gabinete sacó las tijeras contra los avances de un país multicultural y contra la política social. El gobierno de Temer tuvo desde el inicio expedientes de corrupción y se vio obligado a remover a varios secretarios perseguidos por la justicia. Es previsible que ahora se profundicen las políticas neoliberales con el falaz argumento de la austeridad.

Si a Dilma se le acusó de haber puesto en marcha políticas de derecha, ahora se instalará el perfil de un gobierno neoliberal. Es posible que en los próximos dos años y cuatro meses —en los que Temer estará en una presidencia a la que llegó por el voto de 61 senadores— el proyecto petista de gobierno desaparezca.

Lo que pasó en Brasil es un golpe de Estado revestido de una legalidad dudosa y acompañado de una telaraña de intereses particulares que terminaron con un gobierno legítimo y democrático, a pesar de tener severos problemas. Muy pronto veremos si el Brasil que llevó al PT al poder tiene la capacidad para recuperarse rumbo a las elecciones de 2018, o si esa parte del país se ha debilitado tanto que no pueda presentar una coalición para competir. Ya veremos…

Investigador del CIESAS.

@AzizNassif

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