Cuando una niña se casa, su vida se trunca, convirtiéndose en una espiral de pobreza y exclusión que se reproduce de generación en generación. El matrimonio infantil que afecta desproporcionadamente a las niñas, es una violación de sus derechos humanos y las priva de educación, salud y oportunidades de vida y de empleo.

Muchos factores se asocian con el matrimonio o la unión de niñas antes de los 18 años. En su compleja raíz están las desigualdades, la discriminación de género y los estereotipos culturales profundamente arraigados en nuestras sociedades, que ven como algo normal que las niñas se casen o sean madres en la adolescencia, mucho antes de que tengan las condiciones físicas y emocionales para hacerlo. La pobreza, la exclusión y la falta de oportunidades educativas, abonan a que el matrimonio temprano sea un proyecto aceptable para sus familias y comunidades, y a veces el único y cruel destino para las niñas. Es más común en las áreas rurales y pobres, pero persiste a lo largo del país y del mundo, frente al silencio y el permiso social y legal.

Las consecuencias de los matrimonios tempranos son muchas y muy claras. Las niñas que se casan no permanecen en la escuela, tienden a embarazarse prematuramente, con mayor probabilidad de sufrir complicaciones durante el embarazo y el parto, y perder la salud e incluso la vida, siendo la mortalidad materna la principal causa de muerte en estas edades. Las niñas que contraen matrimonio están en mayor riesgo de sufrir discriminación y violencia por parte de su pareja, y todavía vemos con horror como persisten leyes y prácticas que consideran el matrimonio con el agresor una forma de “reparar” la violación. Por último, ven limitadas de una manera drástica, sus oportunidades de vida, educación y de empleo impactando en su desarrollo y en el de sus familias.

Que una niña se case antes de los 18 años, o peor aún, antes de los 15, no es normal. Para la ONU, el matrimonio y las uniones tempranas constituyen una grave violación a sus derechos humanos y son consideradas como prácticas nocivas. De hecho, los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030, aprobados recientemente por la comunidad internacional establecen como meta la erradicación de estas prácticas.

Por ello, doce agencias de Naciones Unidas en México impulsamos la campaña “De la A (Aguascalientes) a la Z (Zacatecas), México sin unión temprana y matrimonio de las niñas en la ley y en la práctica”, iniciativa enmarcada en la campaña ÚNETE de la ONU que coordina ONU Mujeres y los 16 días de activismo para poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas que culminan el 10 de Diciembre, Día de los Derechos Humanos. A la Campaña se ha sumado el Gobierno Federal, el Senado y la CONAGO, además de diversas organizaciones de la sociedad civil.

Con esta campaña, se hace un llamado para lograr una armonización legal completa a nivel federal y estatal, que establezca los 18 años, para mujeres y hombres, como la edad mínima para contraer matrimonio, sin excepciones ni dispensas. A la fecha únicamente siete entidades federativas, Baja California Sur, Coahuila, Jalisco, Quintana Roo, San Luis Potosí, Veracruz y Yucatán, establecen la edad legal de 18 años para contraer matrimonio sin excepciones en sus códigos civiles o familiares. Es decir, aún hay un largo camino para recorrer en términos legislativos, incluyendo el Código Civil Federal.

Hoy en día, en México, al menos 1 de cada 5 mujeres entra en unión conyugal antes de cumplir los 18 años de edad. Más de 6.8 millones de mujeres que hoy tienen entre 15 y 54 años, se unieron o casaron antes de los 18 años, según datos de INEGI de 2014, dato que apenas ha cambiado en los últimos treinta años.

Cambiar la legislación y hacer que se cumpla sin excepción es un paso indispensable, pero tan sólo es el inicio. La respuesta está también en una mayor inversión y apertura de oportunidades de desarrollo para las niñas y niños, y en su permanencia en la escuela con acceso a educación de calidad, hasta al menos el término de la preparatoria, como lo marca la Constitución Mexicana (Art.3). Junto a la educación, se requiere de políticas públicas integrales que atiendan las causas estructurales de las desigualdades y la pobreza y la discriminación hacia las niñas. Y sin duda, además se necesita un profundo cambio cultural y movilizar a las niñas, los niños, las madres, los padres y las y los líderes para cambiar las prácticas que discriminan a las niñas, y se creen oportunidades sociales, económicas y cívicas para ellas.

Las niñas no tendrían que casarse antes de la mayoría de edad por ningún motivo ni excepción, tendrían que estar en la escuela y concluir sus estudios, desarrollando todo su potencial y habilidades para su vida adulta. Se ha mostrado que la educación de calidad para las niñas, es una de las herramientas más poderosas de inversión que los países pueden realizar para detonar su desarrollo y fortalecer sus economías.

Datos de INEGI (ENADID, 2014), señalan que de las mujeres de 20 a 24 años que se casaron antes de los 18, el 47% sólo habían cursado la primaria, y el 2% tenían estudios universitarios. La evidencia muestra que, entre más años de educación, las mujeres se casan más tarde, optan por tener menos hijos, gozan de empleos mejor remunerados y la calidad de vida de sus familias es significativamente mejor, que para las mujeres que se casan siendo niñas.

Las niñas y adolescentes son una fuerza catalizadora de cambio y por tanto de progreso. Empoderarlas y fortalecer su participación en todos los ámbitos, equivale a transformar positivamente sus vidas, y en consecuencia la de sus propias comunidades. Las niñas representan un factor clave para el desarrollo de los países.

Trabajemos juntos: gobiernos, organizaciones de la sociedad civil, Naciones Unidas, empresas, escuelas y personas que se movilizan a través de los nuevos movimientos solidarios pintando México de naranja como emblema de un futuro brillante. Sólo así, seremos capaces de lograr un mundo más igualitario —un planeta 50-50— en el que las mujeres y las niñas podrán vivir sin discriminación y violencia. Ésta es una tarea que nos compromete a todas y todos.

Representante de la Organización de las Naciones Unidas Mujeres, México

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