Somos vida y tiempo, y como somos tiempo; el tiempo muere con nosotros.

Esta semana se nos adelantó un periodista y amigo fraterno, tenía 50 años y murió el 3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa. Su nombre: Omar Raúl Martínez.

Nos conocimos en Acatlán en 1988, él casi por graduarse, yo en primer semestre. En aquel entonces él convocó a un grupo de estudiantes para presentar el proyecto de una nueva publicación, se llamaría Revista Mexicana de Comunicación, editada por la Fundación Manuel Buendía.

Al final de la charla intercambiamos datos y nos vimos días después en su oficina, ahí me presentó a otro colega, Miguel Ángel Sánchez de Armas. Ellos buscaban una imagen de portada para su primer número y yo sólo contaba con un portafolio variopinto de lo que había fotografiado tres años antes en el terremoto de la Ciudad de México.

En aquella cita, Omar y Miguel Ángel escogieron esta foto, la que hoy les presento aquí de un niño en la esquina de avenida Chapultepec con el diario de la tarde dando a conocer el número de desaparecidos después del terremoto del 85. Esta imagen fue la primer portada de una revista que circularía 25 años ininterrumpidamente. Omar la dirigió siempre, además de presidir la Fundación durante una década.

Omar fue pilar clave de la Fundación y logró conformar a su alrededor a un equipo de profesionales que se convirtieron en familia. Ahí conoció a la mujer de su vida, Clarita, quien estuvo siempre a su lado hasta su muerte.

Omar tenía una devoción por el trabajo de Buendía, a quién jamás conoció en persona pero del que lo sabía todo. Siempre soñó con ser periodista, pero nunca quiso reflectores. Siempre dijo que el mayor problema de nuestro gremio era el ego y él no lo necesitaba.

Él abrió el tema de la ética y el periodismo hace años, y sin duda fue uno de los analistas más destacados de su generación, meticuloso, entregado y, cosa rara entre nosotros, extremadamente modesto. No hablaba jamás de sí mismo. Siempre fueron “los otros” lo que le importaba.

Quiso formar periodistas y ahí están como ejemplo las docenas de alumnos que sembró en la Ibero, en la UNAM, en la Septién o en la UAM. Siempre fue discreto, incluso en la enfermedad. Pasó un año terrible luchando contra un tumor, pero pocos lo sabíamos. Se atrincheró incluso en el hospital. No quería ni que lo visitáramos ni que se supieran de su calvario.

Finalmente falleció esta semana y debo decir que su funeral fue muy emotivo. Rodeado de su hermanos, amigos y alumnos se leyeron textos que escribió sobre la muerte y el tiempo. Fue conmovedor.

Cuando la salud nos abandona, cambian las prioridades. Omar escribió con la ayuda de sus sobrinos un texto que da testimonio de vida y muerte. Miradas desde el cascarón, lo titularon; se trata de un libro artesanal pero emocionante. Se lo dedicó a su familia, a los médicos que lo trataron y a sus amigos. El acto de regalar palabras fue su último legado.

Querido Omar, vaya un abrazo a donde quiera que estés; se te recordará siempre.

@MxUlysses

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses