“La educacion es la nueva revolución”, decía una manta que llevaron los jóvenes que hace unos días marcharon en la ciudad de México para protestar porque no fueron aceptados en una universidad pública.

Según mi entendimiento, eso significa que los jóvenes quieren estudiar y protestan porque no se les da la oportunidad. Y parte de la razón por la que no se les da es que, dado que no hay espacio para todos los que lo solicitan, se aplica un examen de admisión y los que responden mejor son los que ingresan.

Por supuesto, es injusto e incorrecto que quienes quieren estudiar (o trabajar) no puedan hacerlo. Además de que es absurdo e innecesario porque bien administradas las cosas, podría haber espacio para todos.

Pero dado que no los hay (en particular en ciertos centros educativos a los que la mayoría quiere ingresar), resulta que aunque podrá parecer injusto e incorrecto, pero el mundo todavía no conoce otra manera de decidir quiénes pueden ingresar a una escuela (o empleo) que no sea a través de métodos para evaluar capacidades, por lo general exámenes, sean de conocimientos, de habilidades, psicológicos o lo que se requiera dependiendo del caso. Y definitivamente que hacerlo de ese modo es mucho mejor que decidir al azar o por recomendación o por dedazo o por herencia.

Pero evidentemente a los que no pasan, a los que tienen baja calificación o insuficiente puntaje, o a los que creen que son otros los caminos, pues esto no les gusta. Y se molestan. Y salen a las calles a marchar, protestan, toman instalaciones o cierran carreteras, a veces para exigir que se les acepte, a veces para oponerse a los métodos de ingreso, como han hecho ya un par de veces estudiantes del Frente Unido de Normales Públicas del Estado de Guerrero, que bloquearon los accesos al aeropuerto de Acapulco y se manifestaron en el centro de Chilpancingo para exigir plazas automáticas.

Esto es lo mismo que están pidiendo los maestros de la CNTE que no quieren ser evaluados y que también han recurrido al método de bloquear, tomar, cerrar, marchar.

Lo curioso de todo esto es la contradicción que habita en el centro mismo del asunto, pues los jóvenes rechazados que se manifestaron en la capital, cuando se les ha preguntado, no han tenido duda en manifestar su apoyo a los maestros de la Coordinadora, al punto que hay quien afirma que ambos están formando “poco a poco un piso común de resistencia”.

¿Cómo se puede formar esto si mientras lo que unos quieren es estudiar y dicen que la educación es la revolución, los otros no han acudido a dar clases desde hace muchos meses y además, al menos una de sus secciones, llegó a asegurar que no iban a permitir que se iniciara el ciclo escolar de este año?

Pero no es la única contradicción. En nuestro país miles son rechazados cuando solicitan entrar a universidades públicas, pero también miles que sí consiguen entrar, desertan. Según los datos, muchos que consiguieron entrada no se presentan a inscribirse o a las clases, y la mitad de los que ingresan a la UNAM la habrá abandonado antes de concluir. Las cifras son brutales: 65% de jóvenes abandonan sus estudios y “aún teniendo la oportunidad no les gustaría volver a la escuela”. Y, según el Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior, de los que sí terminan, sólo 4 de cada 10 lograrán titularse.

Y no solamente en educación superior: un millón de niños abandona la escuela cada año, tanto en primaria como en secundaria y bachillerato, eso significa más de tres mil al día, o uno cada 25 segundos. “Se multiplicó 266 por ciento el abandono escolar en los jóvenes entre 2000 y 2012 y la tendencia es ascendente.”

¿Cómo explicarse estas contradicciones? Y sobre todo, ¿cómo enfrentarlas?

Evidentemente la solución no consiste nada más en abrir más espacios educativos, como han propuesto algunos políticos, sino que requiere otro tipo de consideraciones.

Escritora e investigadora en la Universidad Nacional Autónoma de México.

sarasef@prodigy.net.mx  www.sarasefchovich.com

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