Lilian Tintori es la esposa de Leopoldo López, opositor venezolano del chavismo desde tiempos de Hugo Chávez, cuando era alcalde, y ahora de Nicolás Maduro.

López está en una prisión militar, acusado de instigar a delinquir. Se supone que sus palabras incitaron hechos violentos que provocaron incluso muertos. Él mismo se entregó para “quitarle la máscara al gobierno” y demostrar que “está siendo juzgado por sus declaraciones, por una libertad de expresión que en Venezuela no existe, (como) no existe Estado de derecho”.

No es el único, son 75 los que están en esa condición. Uno de ellos, el que era alcalde de la capital, Caracas.

Desde que su marido está en la cárcel, la joven señora, madre de dos niños pequeños, tomó en sus manos la causa y la ha trabajado con tal dedicación e intensidad, que se ha convertido en el emblema de la lucha por la liberación de esos presos a los que ella llama “de conciencia” y por la democracia en su país.

Tintori es una más de esas mujeres cuyo perfil no presagiaba lo que terminó por ser su vida: amas de casa o profesionistas, lejos de la participación social y política, el infortunio se les apareció y lo asumieron para colocarse en el centro de los acontecimientos y convertirse en luchadoras por las causas de sus maridos. Sonia Gandhi en India, Graca Machel en Mozambique, Raisa Gorbachov en Rusia, por sólo mencionar algunas.

La tarea está llena de sinsabores y riesgos. Tintori recibe amenazas, la siguen, le intervienen teléfonos y computadoras y hacen todo por humillarla. Para visitar a su esposo debe hacer largas colas, someterse a revisiones, conversar con él bajo rigurosa vigilancia y hasta soportar situaciones muy vergonzosas como cuando la obligaron a ella y a su suegra a desnudarse y a “abrir las piernas” para que le revisaran “sus partes intimas” frente a los guardias y a sus hijos y hasta la toalla sanitaria que llevaba puesta le confiscaron.

Y sin embargo, la mujer no se amedrenta. Presenta sus quejas y demandas a las instituciones correspondientes, dentro del marco de la ley, con la misma idea legalista con la cual la oposición ganó, por votación de los ciudadanos, la mayoría en la Asamblea Nacional. Además va por todo el mundo exponiendo la causa, de manera siempre pacifista. En México estuvo hace algunas semanas, fue recibida por la canciller y un grupo de senadores.

Pero si por algo convence la señora Tintori, no es nada más por su defensa de la causa, por su estoicismo para soportar las ofensas, o por la defensa de su marido y de otros presos, sino por las cosas que dice sobre su país: “Hay que ver lo que es la vida en Venezuela: colas en las tiendas y las farmacias, falta todo, hay carestía e inflación, inseguridad”. No es la única que lo dice. En entrevista por el cierre de la principal fábrica de cerveza del país, motivada por la falta de insumos para producirla, un campesino chavista de un pueblo costero dijo: “¿A qué hemos llegado si ya no podemos ni siquiera tomar una cerveza? Este país se está cayendo a pedazos”.

Esto ha sido reiteradamente negado por el gobierno, hasta que ya no pudo tapar la realidad. Ahora ya no es sólo la falta de papel higiénico y azúcar, sino la falta de energía eléctrica que ha sacado a la gente a la calle a protestar y ha obligado a reducir la semana laboral de las oficinas públicas a ¡dos días! y a cerrar escuelas.

Según algunos analistas, la causa de los problemas es la enorme corrupción y la incapacidad e ineficiencia para administrar. A ello se suman el bajo precio internacional del petróleo y la sequía que tiene a la mayor presa del país al borde del colapso.

Pero cierta izquierda latinoamericana prefiere apoyar la idea de Maduro de un complot de la derecha y seguir hablando de ese país como democrático, algo fácil de decir desde lugares donde se consiguen alimentos y medicinas y se disfruta de libertad de expresión.

Escritora e investigadora en la UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses