Durante semanas se nos ha invitado a votar hoy para elegir a una parte de los diputados que van a formar la asamblea que debe preparar la Constitución de la Ciudad de México, esa nueva “entidad” como le llaman, que sin consultarnos a los ciudadanos, fue creada a dedazo.

La publicidad va en el sentido de decirnos que nuestra participación es fundamental para que las cosas sean como queremos que sean.

Sin embargo, no es así.

Porque los ciudadanos solamente tenemos la opción de votar por lo que ha sido decidido por otros: los partidos políticos eligieron a quienes nos van a “representar”.

Encuentro varios problemas en esto. El primero, que todo se haya hecho con prisas, como si un asunto de esa importancia no mereciera cuidadosa preparación.

El segundo, que si bien entre los candidatos hay personas excelentes por su calidad moral, su honestidad, sus conocimientos o su militancia, también hay muchos que no lo son y algunos francamente impresentables. Y eso no porque sean deshonestos o corruptos (que los hay), ni porque sean los mismos que ya han estado siempre allí, pasando de un cargo a otro y que son los que nos han llevado a donde estamos ahora, sino porque son ignorantes del muy importante asunto sobre el que tienen que legislar, o porque sólo ven a sus intereses particulares, o porque su visión del mundo y de cómo deben ser y hacerse las cosas es parcial.

Otro problema es que, aunque la propuesta legal sea excelente (y no me cabe duda de que lo será, porque en el papel y en el discurso siempre se pone lo que debe ser, así que veremos plasmado lo mejor en materia de derechos humanos y laborales, de cuidado del medio ambiente, de políticas públicas, de esfuerzos anticorrupción y pro transparencia, de servicios y tal vez hasta de regulación de la construcción que se ha convertido en el sector más depredador de la ciudad), eso no significa que sea aplicable en la práctica. En México tenemos leyes muy buenas pero que no se cumplen, o porque son imposibles de cumplir en lo que exigen, o porque son contradictorias entre sí, o porque hay corrupción o porque no hay quien vigile y haga efectiva su aplicación.

Un problema más es que los partidos políticos sólo actúan mirando a la siguiente elección. Como ciudadana estoy harta de lo que se gasta en campañas y elecciones y de que no les importe nada más que eso.

De modo pues que hoy todo se reduce a emitir un voto que legitime lo anterior. Y eso no es participación ciudadana aunque nos quieran convencer de que sí.

Pero es que no les gusta que participemos los ciudadanos. Cada vez que se ha intentado hacerlo, los partidos lo han impedido. Allí están para dar fe de esta afirmación instituciones como el INE o el Inai, y está también la primera elección para elegir consejos ciudadanos en la ciudad, organizada en 1995 por ciudadanos y con candidatos ciudadanos, en la que votó el 21% de la población y a la que los partidos descalificaron porque no convenía a sus intereses. Esa experiencia, por cierto, no se tomó en cuenta hoy porque somos una sociedad sin memoria.

Sé que decir esto es políticamente incorrecto. Se ha luchado mucho en nuestro país para conseguir la democracia que mal que bien tenemos, pero esa democracia se ha quedado en lo electoral y no ha dado paso a una participación efectiva de los ciudadanos. Y eso ha redundado en el desinterés, que se hace patente en el cada vez menor número de personas que acuden a las urnas cuando se nos convoca.

Pero esto no se toma en cuenta porque, con cualquier cantidad de votos que obtengan, los ganadores se sentirán legitimados y podrán hacer lo que les venga en gana. Por eso el primer cambio a efectuar debería ser que si no se obtiene una votación significativa, no pueden ser ganadores. Sólo así valdría nuestro voto y no seríamos, como somos ahora, pura comparsa.

Escritora e investigadora en la UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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